viernes, 1 de octubre de 2004

¿Adicto(a)… yo?


“Conviene agregar que, además de los trastornos de la ingesta, todas y cada una de las expresiones de vida pueden tornarse adictivas o, en su defecto, la manifestación de una defensa contra la adicción.
Prácticamente, ningún aspecto de la existencia queda librado de esa esclavitud: los tratamientos, incluido el analítico, no podrían ser una excepción.” [1]

Desde la observación clínica y desde la psicopatología cotidiana se observa una combinación oferta-consumo variada e intensa de productos, e incluso de actividades, que nos llama profundamente la atención. Nos preguntamos si las adicciones dan cuenta de un fenómeno clínico y social, de especial vigencia en nuestros días, o si se trata de una patología más entre otras. Asimismo, nos interesa revisar cuánto calman y cuánto permiten o incluso facilitan la vida y cuánto atentan contra ella, a nivel individual y a nivel de la especie humana.

¿Se puede hablar de adicciones “benignas”, es decir, las que implican dependencia sin factor destructivo, concebidas acaso como obsesiones y/o compulsiones, que son además socialmente aceptables e incluso objeto de reconocimiento? ¿Se trata de una nueva concepción de la adicción? Este planteamiento nos coloca ante una peculiar forma de adicción, muy común en nuestros días, a saber, la adicción al trabajo. No podemos abordar todos estos interrogantes, pero sí acercarnos a algunos de ellos.

Algunas definiciones a precisar

¿Ubicamos las adicciones, psicopatológicamente, en el marco de las psicopatías y las perversiones, es decir, de las patologías transgresivas, con pasaje al acto? ¿Las pensamos como síntomas o como estructura? En este sentido, Benito López (2002) señala: “Desde nuestro punto de vista, conceptualizamos los fenómenos adictivos intrínsecos a la perversión, la que, a su vez, la consideramos vertebrada, aunque no exclusivamente, por el eje sadomasoquista… Esa sucinta definición no nos exime de introducir la difícil conjunción que se da en la perversión y por ende en la adicción, pues, en tanto llevan el sello de la monótona repetición, no importa cuáles sean sus exóticas retóricas, aparecen escasamente imaginativas en sus expresiones.”[2] Joyce McDougall (1998), por su parte, sostiene que: “…el comportamiento adictivo es una solución a la intolerancia afectiva…”[3].

Clásicamente, las adicciones se definen por un consumo intenso de un objeto, sustancia o actividad, del cual se depende y sin el cual el sujeto se confronta con un malestar intolerable. Ya Fenichel (1957) lo señalaba cuando distinguía la “adicción a las drogas” de la “adicción sin drogas”, incluyendo en ésta a la cleptomanía y la bulimia. Una dependencia puede implicar una compulsión, como por ejemplo, el juego o la ludopatía, con o sin inclusión de dinero, generando lazos interpersonales y pertenencias a grupos como hermandades…; así también, se dan vínculos adictivos a la manera de “Mujeres que aman demasiado”[4].

En este sentido, las adicciones serían un calmante, un apaciguador rápido y eficiente, -aunque potencialmente destructivo-, sin el cual podría desarrollarse un “cierto” síndrome de abstinencia. Así por ejemplo, el sujeto privado de su objeto adictivo, cuya importancia es de primer orden en su vida, puede verse impelido a buscar conseguirlo, suspendiendo los escrúpulos que, normalmente, en otras áreas, no franquearía por contención yoica y superyoica, llámese manipular, mentir, robar, agredir, perder el control de sí mismo; tal es la intolerable desazón que su privación produce. Los grupos de autoayuda de relativa eficacia pueden entenderse como un sustituto del objeto adictivo, en tanto a ellos se asiste diariamente y se establece un vínculo de soporte y muchas veces de dependencia. En éstos, las dificultades pueden surgir, más bien, por los vínculos conflictivos entre miembros adictos de un grupo. Ciertas terapias de apoyo así llamadas “de por vida”[5] llegan a constituirse en vínculos adictivos en el sentido manifiesto de la dependencia, mas no en cuanto al carácter destructivo.

Entonces, plantearíamos que:

- Hay adicciones manifiestas de carácter regresivo, con modalidad oral-dependiente, productoras de efecto sedante o estimulante, en base a la concepción de la esencia de la adicción a partir de la dependencia oral frente a los suministros externos[6]. A estas adicciones las llamaríamos benignas, a diferencia de otras adicciones francamente destructivas con finalidad y considerable riesgo de desenlace letal, por intención (sobredosis) o por “accidente” (paros respiratorios y cardíacos, lesiones hepáticas severas, cáncer, etc.).

- Otra postura más reciente, señalaría que las adicciones se definen si, y sólo si, contienen o expresan en lo manifiesto y, especialmente en lo latente, un aspecto destructivo.[7] En este grupo, ubicaríamos la dependencia a sustancias tóxicas[8], desde el cigarrillo y la cafeína hasta las drogas más “duras”, pasando naturalmente por el alcohol, como un lento, solapado o evidente camino a la autodestrucción. El sujeto que padece de esta situación puede tener, incluso, variados lapsos de conciencia e insight en cuanto al aspecto perjudicial que su adicción representa, sin sentirse, sin embargo, en condiciones de prescindir de ella, aun queriéndolo e incluso buscando ayuda profesional.

Más bien quisiéramos referirnos a otras adicciones en la línea de lo cotidiano, masivo o generalizado y relativamente novedoso, propio de nuestras actuales condiciones de vida. Por ejemplo, podríamos referirnos a una especie de adicción al café y al “matecito” con toda una implementación de objetos que, así como la cigarrera en su momento, tienen su valor y su efecto de bienestar en la autoestima. Actualmente, es también creciente el tipo de establecimientos en nuestro medio para “tomar un café” como forma de reunirse con amigos o como forma de sentirse con otras personas, aún cuando la persona acuda sola. La cafeína se halla presente, o ausente, en la lucha por el mercado de los adictos “a la bebida” gaseosa. Se trata de productos y consumos de naturaleza oral, apaciguadores, estimulantes o consoladores a la medida del “pacifier” (del inglés pacificador o “chupón”). En ocasiones, se constituyen no sólo en objetos y actividades agradables (¿autoeróticas?) sino claramente en compensadores, como “premios consuelo”, es decir, con poder gratificante que busca o logra negar la falta[9].

Con inspiración literaria, Elizabeth George (1993) inicia su novela “El padre ausente” (nótese la mención a la falta) con la siguiente frase “Capuchino: la solución de los tiempos modernos para ahuyentar momentáneamente la tristeza. Unas cucharadas de expreso, una nube de leche caliente, una pizca complementaria de chocolate en polvo, carente de sabor por lo general, y de repente, se suponía que la vida volvía a su orden habitual…”[10]

La adicción al tabaco como toda adicción es pertinaz, sentida como perentoria, urgente y puede llevar también a la persona a transgredir normas y buenas costumbres, manipulando sin reparos a otros para obtener “uno más”. El cigarrillo funciona como un “falso amigo” o “falso acompañante” que calma mientras se lo consume pero que en realidad es altamente nocivo, y así sirve para que la parte autodestructiva haga lo suyo. Además, la adicción – cual “cortina de humo” o “procesión que va por dentro”.- encubre otros factores muy importantes que requieren atención y trabajo terapéutico, como el aspecto depresivo o melancólico.

Usualmente, nos preguntamos: ¿Qué hay detrás de una adicción o de la adicción? ¿Perversión? ¿Psicosis? ¿Depresión? Y si así fuera, ¿de qué índole? ¿Objetal, narcisística, o ambas? Profundas carencias tempranas, traumas acumulados, defensas primitivas del orden de la negación, la omnipotencia y la manía, renegación respecto a la falta; en general, se trataría de patologías de déficit[11] a partir de las cuales la actividad y el objeto adictivo pasarían a ocupar el lugar de la falta y a sustituir una ausencia que, lejos de ser estructurante, pasa a ser desorganizante, diríamos intolerable. Disposiciones genéticas, factores predisponentes desde las series complementarias, marcan asimismo una pauta significativa de comportamiento. Aquí es donde la disposición hereditaria y los modelos de identificación de padres a hijos se hacen presentes, en tanto hay familias adictas al licor, al juego, etc.[12]

¿Adicciones “benignas”?

En el primer grupo, entonces, el de las adicciones aparentemente “benignas”, podríamos ubicar más bien ciertos vínculos, como la terapia de apoyo, relaciones de pareja “a la antigua” con carácter dependiente y narcisístico, simbiótico o de compañero fóbico, cuya ausencia por viudez, por ejemplo, resulta muy difícil de tolerar para el sobreviviente. Otras “adicciones inofensivas” o, incluso, paradójicamente saludables, están actualmente muy en boga, como la intensa actividad física y deportiva, la incesante búsqueda de dietas y alimentación balanceada, el conteo obsesivo de calorías y acentuada preferencia por productos “light”, en términos de grasas y azúcares. El furor nutritivo se ve reflejado también en los canales de televisión por cable destinados exclusivamente a la comida, al cocinar y a la búsqueda no sólo de lo agradable, fácil y, en ocasiones, rápido de preparar, sino también de lo alimenticio y saludable. Algo semejante ocurre con los canales exclusivamente deportivos y culturales.

En nuestra comunidad, por ejemplo, abundan tanto negocios de gimnasios como de casinos y cabinas de Internet, a los cuales los clientes se adictan. Asimismo, en la actualidad se hace referencia a una “cultura light” en diversos sentidos, incluso respecto a una ligereza de valores y políticas, alejándose de lo supuestamente benigno, más aún ligadas a la corrupción y, en ese sentido, a la perversión y a la perversidad.

Podríamos pensar y elaborar un Listado de adicciones: que clásicamente se iniciaría con el alcoholismo, hasta cierto punto una adicción socialmente aceptada y promovida, y sobre la cual no nos detendremos en esta ocasión. La bulimia, concebida por Benito López (2002)[13] como modelo adictivo por excelencia, tiene un lugar específico en nuestras reflexiones de hoy.

Más bien quisiéramos referirnos a otras adicciones en la línea de lo cotidiano, masivo o generalizado y relativamente novedoso, propio de nuestras actuales condiciones de vida. Se dice coloquialmente que no sólo nos enamoramos de una persona sino también de nuestra profesión o de una actividad como el deporte o un hobby que tanto tiempo y energía demandan y con gusto dedicamos. Catexis, libido, adicción, ¿siempre claramente distinguibles? Un punto fundamental de distinción se refiere a la relación con el objeto, es decir, al campo intersubjetivo, a la posibilidad de reconocimiento del otro, la alteridad en una postura más allá de lo autoerótico y narcisístico. Aunque en lo manifiesto se parecen, la dinámica es muy distinta. A su vez, es distinto el objeto transicional y el objeto transitorio de naturaleza adictiva. El objeto y el espacio transicional aparecen como inherentes a la capacidad de creatividad y búsqueda del disfrute, muy distintos de la “monótona repetición” de la adicción en nuestra definición inicial.

Adicción al trabajo

En un sentido aparentemente menos intenso y dramático, pensemos en aquellas personas incapaces de dejar de trabajar. Se trata de profesionales laboriosos, dedicados intensamente a su profesión, considerada seguramente como “muy absorbente”. Suelen considerarse sólo calificados para el ejercicio de esa actividad y sienten que si realizan alguna otra, inclusive de tipo recreativo, están “perdiendo el tiempo”, pues su curiosidad intelectual, por demás insaciable, les indica que siempre hay algo más por leer o investigar, cursos y seminarios a los cuales asistir, libros y materiales que comprar, pues efectivamente el conocimiento es inagotable, y la mejor forma de invertir su dinero también consiste en adquirir objetos o llevar a cabo actividades ligadas al trabajo en cuestión. Asimismo, estas personas sentirán con frecuencia una cierta presión superyoica respecto a pendientes que resolver o actividades laborales que realizar, “total, los problemas son también inagotables y cómo puede uno permitirse descansar sin haber terminado con su labor o tarea”, a modo de mandato infantil, en el cual se desconoce que el juego (aludiendo a play y no game) es la actividad primordial de un niño. El aprendizaje, desde la natural curiosidad respecto a sí mismo y el entorno, en su aspecto elaborativo y placentero, no debiera estar reñido con el juego y la satisfacción.

Las personas adictas al trabajo ven el mundo y viven la vida exclusivamente, o principalmente, desde el punto de vista de las características de su desempeño laboral, así como el adicto, en mayor o menor medida, vive en función de proveerse su droga, de la angustia que le produce carecer de ella o de un stock sentido o calculado como mínimamente suficiente, y de la efímera satisfacción que se obtiene de ella. Workaholic, término que alude a una de las adicciones más típicas: el alcoholismo, se refiere a esta peculiar y ¿moderna? adicción que tiende a ser egosintónica, pues quien la padece no siempre es consciente de su carácter adictivo. ¿Se trata de una de las nuevas patologías, de las mudas y encubiertas formas de gozar y padecer, con apariencia de logro y disfrute, acaso masoquista? Más bien una persona con estas características, se considera a sí mismo, y es considerado muchas veces, como un profesional exitoso no sólo respecto a su propio desempeño sino ante sus colegas, por sus aportes, incluso creativos. Suele ser el “vendedor estrella”, el trabajador bien remunerado y premiado (a veces con vacaciones, así forzosas), o el colega admirado por su capacidad de trabajo.

Por lo general, son otros, la familia, el médico, los amigos o también los colegas quienes bajo alguna forma de reclamo y protesta lo invitan a cuestionarse por su situación, al insight y a una posición egodistónica respecto a su modo de vida. “¿Se trabaja para vivir o se vive para trabajar?” dice el refrán popular y es, en estos casos, un interrogante fundamental, pues esta “productiva” adicción puede ser como cualquier otra, en verdad muy peligrosa. Términos como “stress” y “síndrome de fatiga crónica” aluden a una condición psicosomática de variado riesgo como la hipertensión o los infartos, por ejemplo, en la secuencia de “las 3 C que pueden ser mortales: corazón, carreteras, cáncer”. En la reciente revista “Somos” de El Comercio, Lima, Perú, del 4 de Setiembre de 2004 aparece un artículo titulado: “Stress, el peor enemigo de los ejecutivos modernos. Calvario de Oficina” con una palabra que alude directamente a la muerte: Calvario. En el reporte se señala: “Agobiados por las demandas de excelencia y competitividad que impone el mercado laboral, los hombres de negocios se han convertido en víctimas potenciales de trastornos emocionales y físicos causados por el exceso de presión. Sindicado como el principal responsable de ausentismo en el trabajo, el estrés es ya una amenaza para las empresas y sus más destacados cuadros.” En ese artículo, aparece la siguiente cifra: “Cerca del 70 % de los ejecutivos de éxito sufre de estrés. El uso inadecuado del tiempo es el principal factor de estrés entre los ejecutivos peruanos.”[14]

Hace ya unas décadas, la historia de “Mary Poppins” (filmada en E.E.U.U., 1964) nos lo advirtió: la persona, en este caso el papá, que trabaja mucho y sólo se dedica a ello, en pro del dinero, no conoce ni disfruta de su familia, especialmente de sus hijos, ni puede tener sensibilidad con otros seres (la escena de la señora pobre que vende alimento para las palomas y que plantea la disyuntiva de qué hacer con una moneda: alimentar a las aves o ahorrar en el banco, es muy elocuente). La magia terapéutica de “Mary Poppins” no sólo logra, al final, una escena de juego familiar, cuando todos salen a volar cometa, sino que nos muestra cómo la función terapéutica se interioriza, más de lo que se recuerda. La capacidad de descansar y “disfrutar” en términos generales es, para algunos autores, un criterio de alta en un proceso psicoterapéutico, es decir, un criterio de supuesta “cura” o “salud”. (Bleichmar y Bleichmar, 2001) (Ya el tema de “La capacidad para disfrutar” fue motivo de la VIII Jornada Interna del Centro de Psicoterapia Psicoanalítica de Lima que, efectivamente, disfrutamos hace dos años) En nuestra profesión, la adicción al trabajo o al quehacer terapéutico puede resultar particularmente nociva.

Un momento para considerar “brevemente” el factor tiempo

La adicción puede ser un intento y afán de negar el aspecto de realidad que el tiempo implica si, por un lado, éste consiste en el lapso entre una y otra experiencia de satisfacción, con la consiguiente frustración y posibilidad de espera. Si ésta no es excesiva, entonces será estructurante, en lo posible placer anticipatorio..., confianza básica, elaboración de la ausencia, juego del carretel. Negar la temporalidad, y con ella la finitud humana se refiere, paradójicamente por su aspecto destructivo, a un eterno placer, a una sustracción de las limitaciones de la realidad, a una sensación de máxima e imperecedera satisfacción o no tensión ni excitación, tipo Nirvana, dulce vuelo, -aunque los hay paranoicos y activamente autodestructivos-, dulce muerte, experiencia inefable e inenarrable, que pretende o llega a ejercer el control de la vida a través de la muerte, ubicándose en un más allá de... Violencia muda y sórdida o manifiesta y exuberante; siempre destructiva y que atenta no sólo contra la vida del sujeto sino contra la esencia humana misma, en tanto finita e “imperfecta”, a diferencia de la propuesta adictiva, también paradojal de una plena satisfacción que, en realidad, es sólo una constante estimulación a una, por definición, insaciable demanda, frustración intolerable y voracidad. Aquí estamos ya en el terreno del narcisismo y la adicción francamente destructiva.

La adicción hoy

Estamos de acuerdo con que “Las adicciones aparecen como un paradigma de la psicopatología de nuestra época. Época marcada por la disgregación familiar, por el debilitamiento de los lazos amorosos objetales, profundos y duraderos, por la automatización de una comunicación cada vez más masiva y desafectivizada, por un consumismo irracional en un mundo globalizado y por un descreimiento cada vez más notable en las figuras que representan la autoridad.”[15],[16]
Postulamos, entonces, que la adicción, hoy por hoy, es una de las formas más frecuentes y extendidas de funcionamiento, una especie de “modus vivendi” como defensa respecto a los trastornos narcisistas y depresivos, concebidos más bien como patología “de fondo” en estrecha relación con las condiciones y demandas sociales y tecnológicas presentes. Dentro de ellas, la adicción al trabajo es muy frecuente, aparentemente benigna pero en realidad, altamente riesgosa.

¿Qué no es adicción?

Consideramos que no hay adicción cuando se conserva la integridad del self en ausencia del objeto o actividad supuestamente adictiva, cuando la modalidad no es básicamente narcisística, cuando permite un desempeño flexible y no repetitivo de la estructura, cuando no se produce un “síndrome de abstinencia”. Ya Winnicott (1982) nos señalaba la importancia de poder estar solo, de jugar (play) y de estar en condiciones de auténtico self de modo que desde el espacio transicional, la creatividad se despliegue en un campo intersubjetivo.

La adicción en el proceso terapéutico: un asunto más allá de la técnica

Hemos mencionado la posibilidad de que la psicoterapia devenga en una especie de “adicción benigna” o “terapia sin fin”[17], como las psicoterapias de apoyo de tiempo prolongado e indefinido, pero también puede darse perversión de transferencia, reacción terapéutica negativa, reversión de la perspectiva, que podemos pensarlas como patologías de la terminación. Por otro lado, desde la intersubjetividad convocada: ¿es posible hablar de un “exceso de empatía”, de una confusión narcisística, simbiótica, especular o siniestra en vínculos terapéuticos mutuamente adictivos? El concepto de “baluarte” de los Baranger, puede alertarnos y rescatarnos de estos riesgos. ¿Puede el paciente autodestructivo, por ejemplo, requerir una condición de vínculo temporalmente adictivo? ¿Qué riegos representa para el paciente y, ni qué decir, para el terapeuta? Éstas son preguntas técnicas a enfrentar y discutir. Por otro lado, ¿cómo se conjuga lo anterior con la mayor demanda de consultas psicoterapéuticas por condiciones o complicaciones a partir de situaciones o estructuras adictivas? Más aún, si la demanda de procesos breves y focales (vale decir, de tiempo y objetivos limitados) crece, y un criterio de contraindicación suele excluir a los pacientes adictos, ¿qué actitud técnica tomar? O parte del supuesto fenómeno adictivo actual, vehemente, demandante, irreflexivo, voraz y fungible, nos alcanza a los terapeutas en nuestro quehacer y, a partir de ello, ¿cómo enfrentar esta nueva condición? Las terapias alternativas cada vez más variadas, la creciente bibliografía de autoayuda (al estilo del fenómeno Chopra)[18], la adicción a la medicación e incluso a los tratamientos, nos muestra tal vez una condición adictiva de supervivencia que requiere frecuentemente de algún soporte terapéutico.


Bibliografía

Abadi, Sonia, Adicción: la eterna repetición de un desencuentro (Acerca de la dependencia humana), en Revista de Psicoanálisis APA, N° 6, 1984.
Abraham, Karl, Psicoanálisis clínico [1908], Cap. III: Las relaciones psicológicas entre la sexualidad y el alcoholismo, Ed. Lumen, Bs. As., 1994.
Baranger, Willy y Baranger, Madeleine, Problemas del Campo Psicoanalítico, Ed. Kargieman, Bs. As., 1993.
Caparrós, Nicolás y Sanfeliú, Isabel, La anorexia, una locura del cuerpo, Capítulo Tercero: Imagen corporal y anorexia nerviosa, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1997.
Chumpitaz, Marcos, Stress, el peor enemigo de los ejecutivos modernos. Calvario de Oficina, en Revista “Somos” del Diario El Comercio, Lima, 4 de setiembre de 2004.
Espinal de Carvajal, Fedora, Conductas adictivas, en “Adicciones”, Revista de Psicoterapia Psicoanalítica de la Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítico, Tomo V, N° 4, Ed. Trilce, Montevideo, 2000.
Fenichel, Otto, Teoría psicoanalítica de las neurosis, [1957], Ed. Paidós, Bs. As., 1966.
George, Elizabeth, El padre ausente, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1994.
Green, André, Las cadenas de Eros, Cap. 8: El goce según Lacan y otros, Ed. Amorrortu, Bs. As., 1998.
Joseph, Betty, Adicción a la vecindad de la muerte, en Revista de Psicoanálisis APA, N° 2, 1987.
Kalina, Eduardo, Adolescencia, drogadicción y su tratamiento, en Revista del Centro de Psicoterapia Psicoanalítica de Lima: “Psicoterapia y Psicoanálisis”, Lima, 1990.
Killingmo, Bjørn, Conflicto y déficit: Implicancias para la técnica, en “Libro Anual de Psicoanálisis 1989”, Ediciones Psicoanalíticas Imago, Lima, 1990.
Leiberman de Bleichmar, Celia y Bleichmar, Norberto M., Las Perspectivas del Psicoanálisis, Ed. Paidós, México, 2001.
López, Benito, Bulimia: un modelo adictivo, en “Escritos clínicos sobre perversiones y adicciones”, R. Moguillansky (comp.), Ed. Lumen, Bs. As., 2002.
McDougall, Joyce, Las mil y una cara de Eros, Parte IV, Cap. 11: Neonecesidades y soluciones adictivas, Ed. Paidós, Bs. As., 1998.
Melgar, María Cristina, El muerto-vivo: una pasión narcisista, en “Volviendo a pensar con Willy y Madeleine Baranger”, Luis Kancyper (comp.), Ed. Lumen, Bs. As., 1999.
Modell, Arnold H., El psicoanálisis en un contexto nuevo, Primera parte, Cap. 5: Sobre tener más, Ed. Amorrortu, Bs. As., 1984.
Montiel, Carmen, Abordaje psicoanalítico al consumo de drogas, en “Revista de Psicoterapia Psicoanalítica”, Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítica, Ed. Fin de Siglo, Montevideo, 1998.
Mucha, Martín, Soplo al corazón, en Revista “Somos” del Diario El Comercio, Lima, 18 de setiembre de 2004.
Nizama Valladolid, Martín, Dependencia de Cocaína: Enfermedad paradójica, en Anales de Salud Mental, Instituto Nacional de Salud Mental “Honorio Delago-Hideyo Noguchi, Vol. XV, N° 1 y 2, Lima, 1999.
Norwood, Robin, Las mujeres que aman demasiado, Javier Vergara Editor, Bs. As., 1985.
Pelegrín, César, Ensayo sobre la organización limítrofe, en “Pacientes limítrofes: Diagnóstico y tratamiento”, Beatriz Dorfman Lerner (comp.), Ed. Lugar, Bs. As., 1992.
Sica, Rosario, Clínica de las adicciones, en “Adicciones”, Revista de Psicoterapia Psicoanalítica de la Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítico, Tomo V, N° 4, Ed. Trilce, Montevideo, 2000.
Tostain, R., El jugador. Ensayo psicoanalítico, en “La perversión” de Piera Aulagnier y otros, Ed. Azul, Barcelona, 2000.
Triaca, Juan M., Drogadicción: pensar la multicausalidad, en “Adicciones”, Revista de Psicoterapia Psicoanalítica de la Asociación Uruguaya de Psicoterapia Psicoanalítico, Tomo V, N° 4, Ed. Trilce, Montevideo, 2000.
Wallerstein, Robert y DeWitt, Kathryn, Modos de intervención en psicoanálisis y en psicoterapias psicoanalíticas: una clasificación revisada, en “Las tareas del psicoanálisis”, J. Ahumada (comp.), Ed. Polemos, Bs. As., 2000.
Winnicott, D. W., Realidad y juego, Ed. Gedisa, Bs. As., 1982.
Yslado Mendez, Rosario y Medina Castillo, Walter, Uso de drogas en estudiantes de la Universidad Nacional “Santiago Antúnez de Mayolo”, en Anales de Salud Mental, Instituto Nacional de Salud Mental “Honorio Delgado-Hideyo Noguchi, Vol. XV, N° 1 y 2, Lima, 1999.


Notas

[1] López, Benito, (2002), p. 274.
[2] López, Benito, op.cit., p. 271.
[3] McDougall, Joyce (1998), p. 240.
[4] Norwood, Robin, (1985).
[5] López, Benito, op. cit., p. 274.
[6] “… los adictos… tratan de usar estos efectos para satisfacer el arcaico anhelo oral que es al mismo tiempo, anhelo sexual, una necesidad de seguridad y una necesidad de conservar la autoestima”. (Fenichel, [1957], p. 424.
[7] “Existe un tipo de autodestrucción muy maligna que vemos en un pequeño grupo de nuestros pacientes y que a mi juicio participa de la índole de una adicción, a saber, una adicción a la vecindad de la muerte. …
“El cuadro que estos pacientes presentan no ha de resultar desconocido, estoy segura; en su vida externa se absorben más y más en la desesperanza y se enredan en actividades que parecen destinadas a destruirlos así en lo físico como en lo mental, por ejemplo: trabajar con exceso, no dormir casi, evitar una dieta adecuada o sobrealimentarse secretamente si hace falta perder peso, beber cada vez más y, en ocasiones, cortar todo trato social.” Joseph, Betty, (1987), p. 241. (La bastardilla me pertenece.)
[8] Tengamos presente que existe una diferencia entre el término adicción, ligado a esclavitud, y toxicomanía, ligado al consumo de sustancias dañinas que envenenan. “… de la palabra francesa “toxicomanie” cuyo sentido literal es “un deseo imperioso de envenenarse”… [y] el término de origen inglés “addiction”, cuyo sentido etimológico remite a la condición de esclavo…”. McDougall, Joyce, (1998), p. 241.
[9] Con muchísimo dolor, una persona dice: “Estoy o he estado privada de tantas cosas en la vida...”, respecto a requerir un stock de gaseosas durante un internamiento y a la angustia que le puede producir carecer de dinero disponible para este tipo de “necesidades”.
[10] George, Elizabeth, (1994), p. 15.
[11] Killingmo, Bjørn, (1989), p. 111.
[12] “El común denominador estaría en la falta de estabilidad del establecimiento de un objeto interno adecuado, suficientemente bueno, con el que el paciente se identifique. Esto que no se encuentra “adentro”, ilusoriamente se busca afuera.” Sica, Rosario, (2000), p. 71.
[13] López, Benito, op. cit.
[14] Chumpitaz, Marcos, (2004), pp. 60-61.
[15] “En esta civilización donde las cosas importan cada vez más y las personas cada vez menos, los fines han sido secuestrados por los medios, entonces: las cosas te compran, el automóvil te maneja, la computadora te programa, la TV te ve.”, Triaca, J. M., (2000), p. 49.
[16] “Pensamos que estamos, como lo llama P. Jeammet, dentro de la patología de la desobjetalización, desde donde queda perdida la dimensión del sujeto.” Sica, Rosario, (2000), op. cit., p.71.
[17] Wallerstein, Robert y DeWitt, Kathryn, (2000), p. 126.
[18] Mucha, Martín, 2004, pp. 24-28.


"Nuevas Patologías: De Qué sufrimos Hoy"

IX Jornada del CPPL

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...