sábado, 22 de enero de 2005

La temprana relación madre-bebé

La maternidad es una compleja y maravillosa experiencia humana en la cual convergen una serie de elementos: La naturaleza (lo que llamamos instinto maternal); la salud y las características de personalidad de la madre y del bebé; la experiencia temprana de la madre cuando pequeña con su propia madre -y padre-, su experiencia de juego infantil con sus muñecas y con otros niños y bebés, la relación con su pareja -el padre del niño- el entorno familiar circundante, las actividades que realiza antes y durante el embarazo y el nacimiento de su hijo, sus otros hijos y la experiencia con éstos si ya los tiene, sus proyectos personales y familiares y sus deseos, temores, expectativas y fantasías respecto a ese bebé.

En otras palabras, en el vínculo de la madre y su bebé, se pondrá en juego un mundo de relación que incluye el mundo interno de ambos: el de la madre y el del incipiente pero intenso psiquismo del pequeño. El amor entre ambos y el equilibrio personal de la madre, apoyada por el padre, serán las piezas fundamentales que darán soporte al vínculo madre-hijo, realidad básica para el desarrollo cognitivo, afectivo y social del pequeño ser que empieza su existencia. Por su parte, la madre no encontrará otra experiencia comparable a cada una de sus “maternidades”, y la dimensión de realización que alcanzará en ellas será insustituible y trascendente.

Quisiéramos referirnos brevemente a algunos aspectos de esta relación, especialmente en su inicio.

Cuando una mujer confirma -ahora cada vez más pronto- que está embarazada puede sentir una mezcla de sentimientos, incluso aparentemente contradictorios, ante un acontecimiento que, desde la concepción misma, producirá importantes cambios en su vida.

Puede sentir desde la realización de un deseo largamente esperado -acaso desde niña- hasta la sensación de que su independencia y libertad personal (y/o de pareja) están ahora limitados. Sea como fuere, ese nuevo ser dentro de ella la irá “cautivando” y se irá constituyendo en lo central de su existencia. Diversas fantasías y temores de cómo será el bebé y de cómo será ella como madre surgirán paralelamente a los cambios físicos que se irán dando.

Así se irá formando una estrechísima relación, usualmente durante nueve meses, entre la mujer gestante y su bebé. Éste no sólo depende de su madre para vivir, alimentarse, crecer y desarrollarse sino que además capta los sentimientos y cambios de estado de ánimo en ella y el entorno.

En estas condiciones, es comprensible que el nacimiento, como fuera que nazca el bebé (ya sea por parto natural, inducción, cesárea; a término, prematuro, etc.) resulte una intensa experiencia de separación necesaria e imprescindible para ambos. A partir de este momento, madre e hijo habrán de reacomodarse a la nueva condición de vivir separados físicamente, aunque emocionalmente muy estrechos para luego irse diferenciando paulatinamente.

Es importante agregar que quienes han tenido la oportunidad de estar presentes en un parto se refieren regularmente a la fascinación mutua de la madre y el bebé ante su primer encuentro, “como si el mundo se detuviera en ese instante, como si nada más pudiera adquirir importancia, no obstante la presencia y el ajetreo de las otras personas allí presentes.

Es de esperar que la primera lactancia, de calostro en realidad, pueda representar la primera experiencia de satisfacción mutuamente gratificante, a pesar de la inexperiencia y ansiedad de ambos.

Hay bebés que desde el nacimiento, siendo normales se manifiestan más fáciles o más difíciles que otros, ya sea por lo voraces, llorones, lentos, despiertos o dormilones que parezcan.

Sea como fuere, será necesario que la madre inicie un progresivo conocimiento de su bebé: querrá saber si está satisfecho, plácido y relajado, o si está excitado, incómodo y tenso, y si la necesita porque tiene intensas sensaciones físicas o emocionales que él no puede tolerar ni manejar.

Aquí la presencia de una mujer, madre, usualmente mayor y con experiencia, como su propia madre, suegra y/o comadre pueden ser favorables para brindar un apoyo emocional y práctico a la joven madre, siempre y cuando no se trate de figuras dominantes que impidan que ésta se relacione con su bebé, aprendiendo de su propia experiencia.

Sin duda, las necesidades del bebé no sólo se refieren a su alimentación, cambio de pañales, baño, sueño y abrigo sino que requiere también ser atendido y entendido por una madre “suficientemente buena” que pueda ser perceptiva, estar alerta, calmada y tolerante a sus propias dudas y errores, capaz de descubrir e interpretar lo que le pasa a su bebé, acogiendo sus temores, resolviendo sus ansiedades, y ejerciendo sus tareas con placer y satisfacción.

Para ello, la madre sin pensarlo ejercitará una intensa empatía e intuición con respecto a su bebé: se pondrá en el lugar de éste imaginando y entendiendo qué le ocurre, regresando luego a su lugar y actuando como es necesario, ya sea alimentándolo, cambiándolo, aliviándole un dolor o sosteniéndolo en brazos y calmándolo pues tal vez él se sienta confundido, temeroso, solo.

El hecho de que las experiencias satisfactorias y gratificantes primen sobre las dificultades, frustraciones y desencuentros irá sentando las bases de una “confianza básica” en el bebé respecto a la posibilidad de ser cuidado, entendido y amado por su madre -por encima de las dificultades- como modelo para su propia relación consigo mismo y con los demás, a medida que su desarrollo continúa.

Cuando esta sensación de satisfacción y de confianza básica no puede consolidarse, el bebé acumulará malestar, incomodidad y desarrollará una paulatina desconfianza y suspicacia respecto a sí mismo y al entorno, como base para las dificultades posteriores de diversa magnitud en su personalidad.

La primera relación con la madre se constituye así en el prototipo de toda relación humana posterior, base de la imagen que el niño vaya construyendo de sí mismo.

Así vemos con qué importancia el bebé necesita ser sostenido con amor, en forma viva pero sin tensión ni rigidez muscular en la madre; otras veces necesita ser acunado en silencio o con palabras o melodías de parte de ella quién “sabrá” cómo hacerlo de una u otra forma. Necesita que su madre se dé cuenta -y él desarrollar formas para comunicárselo- que ya está satisfecho y no necesita lactar o tomar más leche, o que necesita un tiempo para digerir lo que recibió, eructar y evitar así un cólico; calma para relajarse y dormir, o que se den cuenta de que determinados momentos, tal vez breves, son los más propicios para bañarlo, jugar y “conversar” con él. El placer de sentir a su madre “sintonizada” con él representa la base de todo bienestar y comodidad posterior.

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Al terminar el primer trimestre de vida extrauterina, el bebé inicia una mayor apertura al exterior, diferente de la estrecha relación con su madre, a partir de un progresivo desarrollo que va dejando atrás su apariencia de recién nacido. Su capacidad visual y de prensión le permitirá sujetar una sonaja y entretenerse brevemente con ella o mientras observa y escucha un móvil musical, jugando podríamos decir.

Para entonces el bebé reacciona con una sonrisa social al observar un rostro humano, ya asociado a experiencias mayormente positivas y de satisfacción. Probablemente su alimentación y sueño estarán ya organizados en un marco de cierto orden, con una distinción entre día y noche, paralelamente ante una situación más tranquila y organizada en la madre. Se trata de una necesidad de ordenamiento en la alimentación, horarios, vitaminas, vacunas, etc. La presencia del padre y del pediatra representan la existencia de una realidad, más allá del estrecho mundo de la madre y su bebé, que brinde seguridad y protección y que inicie la aparición del “tercero” en el estrecho y primario vínculo madre-bebé, base de un contexto familiar, social y cultural al que el bebé pertenece.
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