miércoles, 22 de enero de 2003

La ética como encuadre de la técnica

La ética, como tema de reflexión y como condición de trabajo, resulta imprescindible; sin embargo, no siempre es un tópico suficientemente claro, tornándose en ocasiones concretas confuso y resbaladizo en su definición y ubicación según las interpretaciones y puntos de vista que se consideren. Así, resulta curioso que algo que es esencial pueda ser simultáneamente, cambiante, discutible, poco claro. Pero en temas analíticos, que tienen que ver con el inconsciente y con las relaciones interpersonales, frecuentemente se dan aparentes paradojas que nos remiten a la necesidad de contar con una capacidad de asombro y apertura que despierte nuestro cuestionamiento y creatividad.

En términos generales, podemos partir de la definición de Ética como “la parte de la filosofía que estudia la moral y las obligaciones del ser humano. No concierne al orden jurídico sino al fuero interno o al respeto humano”. Esta definición refiere una dimensión interna en lo relativo a la ética, tal vez como un conjunto de normas y preceptos que de algún modo uno ha de tener presente en su interior -vale decir, interiorizados- a fin de proceder de tal o cual forma en un momento dado.

Entonces la ética en Psicoterapia sería el producto de un proceso interno de identificación -primero con nuestras figuras parentales y primeros modelos, y luego con nuestros maestros: analistas, supervisores, autores-, en los lineamientos esenciales del quehacer terapéutico.

Y hasta aquí podría dar la impresión de que nos estamos refiriendo a la técnica, esto es, a la forma como aprendemos a conducirnos o funcionar como terapeutas. Esto nos lleva a preguntarnos por la relación entre técnica y ética. Etchegoyen (1996), refiriéndose a la estrecha relación entre ambas, dice: “Hasta puede decirse que la ética es una parte de la técnica o ... que lo que le da coherencia y sentido a las normas técnicas del Psicoanálisis es su raíz ética. La ética... no como una simple aspiración moral sino como una necesidad de su praxis.” (pp. 27).

Esta concepción de la ética como parte importante de la técnica no se refleja, sin embargo, en los programas de enseñanza y seminarios, en tanto no se le hace un mayor espacio de trabajo explícito en la formación del terapeuta. Por otro lado, sabemos también que un curso como “Deontología Psicoterapéutica” por sí mismo, no sería suficiente para la adquisición de este fundamental ingrediente en el trabajo con diversos pacientes, menos aún sería garantía de que no se presenten incidentes críticos y dificultades de tipo ético.

Como quiera que sea, el aspecto necesario de ética que requiere todo terapeuta en su formación ha venido dándose y recibiéndose más bien en el intercambio con los diferentes modelos de identificación, quienes como figuras parentales (transferenciales) coherentes tienden regularmente a transmitir modos y límites en el proceso (a modo de leyes fundamentales) que han de ofrecer una actitud de apertura, que estimula el crecimiento y la creatividad sobre una base de seguridad y confianza básica (y que esté lejos de normas coercitivas y persecutorias que pueden resultar contraproducentes) mostrando los límites y los requerimientos éticos que protegen a pacientes y terapeutas y posibiliten el trabajo terapéutico.

Ahora podemos preguntarnos, ¿por qué es necesaria la ética en la Psicoterapia?, y a la inversa, ¿cómo afectan los problemas de ética al proceso terapéutico? (y también, ¿por qué nos planteamos estas interrogantes, y hacemos una Jornada de ética?).

Pensemos primero en el paciente que, seguramente con dificultad (al admitir que él solo no puede consigo mismo), ha buscado a la persona que lo pueda ayudar, colocando en ella sus fantasías de curación, que incluyen la depositación de confianza y expectativas junto con un elemento incluso de idealización respecto al terapeuta y su método de trabajo (factores de base para una posterior alianza de trabajo).

Sabemos entonces que el paciente requiere del terapeuta un profundo respeto por él como ser humano, como un semejante que sufre y que está atrapado por su fantasía o su mundo interno, y en ocasiones también por su realidad externa. El terapeuta requiere inicialmente una sensibilidad que le permita tomar una postura empática (H. S. Sullivan), es decir, “sintonizar con sus afectos” y desde ahí entender su queja (síntoma, motivo de consulta) al interior del vínculo, cargado éste de sentimientos y fantasías inconscientes y transferenciales. Al ver al paciente, casi de inmediato se pone en marcha este proceso con estos complejos elementos posibilitando la escucha, la atención libre y flotante, y la posibilidad de una respuesta terapéutica verbal y actitudinal.

Si esta ayuda buscada por el paciente y ofrecida por el terapeuta no se logra, podrá deberse eventualmente a problemas de técnica o de experiencia, pero cuando el terapeuta resulta perdiendo de vista, por su contratransferencia, quién es él respecto al paciente en su dimensión de figura transferencial, entonces se habrá producido un problema ético que devendrá en iatrogénico. Si perdemos de vista el carácter simbólico de los mensajes del paciente, estaremos tomando sus afectos, sus palabras y sus actuaciones, como si fueran dirigidas de una persona X a nosotros mismos. Se perderá el “como si” y nos olvidaremos que la proyección existe sobre nosotros como figuras transferenciales, y que nuestra respuesta ha de permitir la diferenciación entre lo real y la distorsión transferencial. Lo que el paciente perturbado y agobiado por sus dificultades requiere es un terapeuta que esté ahí, con todos sus esfuerzos y soportes (como el “trípode” de análisis, supervisión y formación teórica al que se refiere J. Cantor) para intentar ayudarlo, aun con errores, pero con una ética en esos tercos intentos por entenderlo.

En: Revista del Centro de Psicoterapia Psicoanalítica de Lima (CPPL) "Ética y psicoterapia". Lima, 2004
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