viernes, 6 de mayo de 2005

Luchando a muerte por vivir


“Pertenecemos a una especie mortífera; nuestra especificidad es indiscutiblemente tanatomaníaca, individual y colectivamente, a pesar de nuestra tanatofobia, y de que proclamamos a grito pelado el respeto sagrado de la vida. Hasta hemos creado, en muchas circunstancias, el derecho y el deber de matar y de morir.”[1]

1. Generalidades

La inquietud por la situación de la clínica actual en términos sociales constituye un eje de interés fundamental. Comprender en alguna medida cómo estamos nos apertura no sólo a un diálogo interdisciplinario, sino también a una búsqueda sobre el cómo intervenir. En este marco de preocupaciones, nuestra Institución reflexionó, en las Jornadas de setiembre último, sobre el tema “Nuevas patologías: ¿De qué sufrimos hoy?”. En esa ocasión planteamos la hipótesis de que todos, en alguna forma y medida, somos adictos a algo, en respuesta a las condiciones de vida imperantes… Un ejemplo de esta situación, decíamos, la presenta el workaholic, el adicto al trabajo. Asimismo, planteamos cómo hay adicciones francamente destructivas y cómo hay otras que (nos) “permiten” vivir.

A su vez, la depresión se constituye como el mal de nuestros tiempos, ante el cual la adicción es una de sus defensas –fallida pero a su vez exitosa– más frecuente. En esta oportunidad, quisiéramos compartir algunos interrogantes respecto a la depresión, la violencia, la autodestructividad, la adicción y el suicidio no sólo en la clínica de hoy, sino también en nuestra sociedad actual.

En nuestra ciudad contamos con un programa de radio que aparece diariamente sobre sexualidad llamado “Era tabú”. Nos preguntamos si, en cierta medida, el tema del suicidio es tabú, si es algo de lo que se habla y escribe relativamente poco, -¿en sintonía con su condición de patología del acto?- aun cuando hay una cuantiosa producción respecto a separación, depresión, agresividad, e incluso a pesar de:

- la alta incidencia de suicidios que aparece recientemente;
- la importancia del tema desde el punto de vista psicopatológico y técnico;
- la fuente de aprendizaje clínico, curiosamente tan vital que presenta; y
- la necesidad de restituirnos de una escena de espanto, horror, incluso fascinación, y posible muerte, pues requerimos transitar desde la clínica del cuadro o la escena de muerte al cuadro clínico con posibilidad de supervivencia y renacimiento.

Desde el punto de vista estadístico, hoy por hoy, se señala que “la depresión es el mal de la época. ¿Ilustrará las transformaciones del sujeto de fines de siglo? En su último informe anual la Organización Mundial de la Salud (OMS) puntualiza: «121 millones de personas padecen de depresión, 37 millones la enfermedad de Alzheimer… Se espera que en 2020 los trastornos depresivos, en la actualidad responsables de la cuarta causa de muerte y discapacidad a escala mundial, ocupen el segundo lugar, después de las cardiopatías.» ¿En nuestra sociedad cada quien tomará su psicofármaco? Podríamos hablar de efectos inherentes a la globalización y de efectos indeseados.”[2]

“Sólo en los servicios públicos de salud se detecta que una de cada 10 personas que solicitan atención médica sufre de este trastorno… La alerta es generalizada… por el estilo de vida de un sistema globalizado en el que impera el estrés, las dificultades económicas, el desempleo, la violencia, entre otros fenómenos sociales. Todos ellos afectan y atentan contra la unidad de las familias… El incremento de las muertes autoprovocadas prácticamente se duplicaron en una década. …”[3]

No sólo en el plano clínico sino a nivel macro, humano, social y ecológico, el suicidio es una amenaza para a todos. Luego de muchos años de componer su famosa canción “Mediterráneo”, J. M. Serrat agregó, en otra creación alusiva a la anterior, “uno no podía prever la incompetencia y la soberbia de la especie humana... que nosotros fuéramos los que tuviéramos que ir al entierro del mar y evidentemente al nuestro...”

Actualmente, nuestra sociedad presenta, entre sus características, elevados niveles de exigencia –incrementos narcisísticos en términos de Yo Ideal–, modernidad que puede incrementar la intolerancia a la espera y a la frustración con la ilusión de que “casi todo es posible y ya”; además, contactos interpersonales mediatizados por sistemas de comunicación paradojales: mayor cercanía y mayor distancia; y políticas de consumo y voracidad, trato y maltrato sobre el cuerpo en aras de la belleza y la libertad, abuso sexual al menor –frecuentemente por algún familiar–; violencia y terror políticos y domésticos, violaciones de los derechos humanos y ética permanentemente puesta a prueba …

Simultáneamente, se da una falta de condiciones económicas suficientes para la población, especialmente para los jóvenes, que desalienta respecto a un “futuro provisor”.[4] Así, los niveles de angustia y desesperanza aumentan y presionan severamente. La posibilidad y la dinámica del deseo encuentran una difícil tramitación aprisionada entre la oferta de consumo y la escasa posibilidad de encontrar genuina satisfacción.

Las ofertas y demandas de vida, felicidad y eternidad, parecen soslayar el carácter irreductible de la finitud humana expresada en su dimensión temporal. (Ninguna religión puede prescindir de una oferta de vida eterna, a la cual se accedería después de morir.)

En este contexto, podríamos decir que, actualmente, ¿hay más suicidios en el sentido concreto? O, tal vez, ¿que el suicida se constituye en uno de los demandantes y denunciantes de las condiciones de nuestro tiempo? Volviendo a las estadísticas, de cada 100,000 personas 18 intentan suicidarse en el Perú.[5]

Al respecto, Sinatra (2004) plantea lo siguiente: “Los cambios de siglo traen aparejados cambios de síntomas, en el sentido de que observando a los pacientes de Freud y a los actuales, las formas de presentación se hallan sintonizadas e inmersas en la matriz psicosocial de la cual emergen.”[6]

En medio de una sobreestimación del cuerpo, por ejemplo, en una condición narcisística, a la vez se lo daña y, a través de él, a la manera de heridas sangrantes, se llora y se clama presencia y rescate.[7] El dolor psíquico: ésa es la cuestión actual, por eso la depresión es la mayor enfermedad de nuestro tiempo y el suicidio aparece como una complicación fatal de cierta frecuencia.

Nos estamos refiriendo a formas de aparición tanto violentas como insidiosas respecto al suicidio. Así, hay pacientes que llevan a cabo, o ejecutan, diríamos con propiedad, escenas incluso dantescas de horror y dolor, desde la cual convocan a familiares, amigos o terapeutas al rescate o a la vivencia de impotencia extrema, que ellos bien conocen y sufren. Otros pacientes demandan ser acompañados y hasta compartir, como en el caso del alcohol y el cigarrillo, una agonía cotidiana, casi minuto a minuto. La progresiva pérdida de peso de la adolescente anoréxica de aspecto aniñado y patético, el relato de las hazañas en las pistas sobre autos deportivos y veloces que “vuelan” de madrugada.... Pacientes que mezclan drogas y sustancias diversas y se alivian así, momentáneamente, del dolor o de la futilidad de su existencia, arriesgando de así que su corazón y su aparato respiratorio colapsen por una demanda de intensidad intolerable.

El Dr. Granel (2004)[8] considera que los accidentes constituyen actualmente una pandemia universal. Surgen a partir de un error humano, es decir, de un acto fallido, expresando así un dilema inconsciente imposible de elaborar, vale decir, no pensable, ni verbalizable, ni representable. La sociedad actual es accidentogénica -señala- por las dificultades que plantea para pensar, en pro de decisiones rápidas, y por la omnipotencia narcisística de la evolución tecnológica. Ambos aspectos conspiran contra la naturaleza humana.

A nivel social, ¿qué función social cumple el suicida? ¿Es el suicida un integrante de una suerte de cadena psico-ecológica, en tanto cumple la función de hacerse cargo de los deshechos de los demás? ¿Se hace cargo de los deshechos de los demás y permite así, “inmolándose” muchas veces, que su entorno subsista con cierto equilibrio patológico?

También está el suicidio fundamentalista y sacrificial o la vida propia y ajena puesta en riesgo a causa de ideas políticas que llegan al límite con posiciones violentas y extremistas, en cercanía con la búsqueda de poder, incluso económico.

Sucumbidos fatalmente o sobrevividos felizmente, los suicidas son también testimonio de la lucha del ser humano y del empeño a la vida. Cuántas veces desconocen el sentido que ha adquirido su vida, su angustia y sus síntomas, puesto que, a la manera de algunos adictos no consumidores, tienen la posibilidad de constituirse en colaboradores de otros en el camino de su recuperación, manteniéndose así también ellos rehabilitados. La tolerancia al dolor psíquico y su posible elaboración: ésa es la cuestión.

2. El paciente suicida

La ideación y la tentativa suicida pueden presentarse como un “modus vivendi”, indefinidamente o por un cierto tiempo, como un estilo de vida, “una carta bajo la manga”, la supuesta solución a lo no solucionable, que permite vivir, en tanto alternativa de escape, argumento de tolerancia ante el dolor psíquico intolerable, vía de expresión de aspectos destructivos autodirigidos y alternativa de retaliación respecto al entorno. Placer siniestro y manipulativo sobre sí mismo y sobre otro(s), “premio consuelo”, narcisismo maligno. Situación paradojal en la que no se puede con la vida, en cambio sí -supuestamente-, con la muerte. Valor o cobardía, aprisionado o extremadamente libre, con razón o sin razón…

Desde el padecimiento y su elaboración, una paciente lo define así: “Un suicida es una persona que no tiene noción alguna de lo que es la vida, de lo que es ser, vivir. De repente cree saberlo, pero su autodenigración y negación de la realidad de sí mismo hacen de su vida un infierno. Considera que no vale nada, aunque las demás personas piensen lo contrario. Yo, una suicida en rehabilitación (lo digo así porque la condición de suicida puede convertirse en adicción), pienso que nosotros, los suicidas, para poder mejorar nuestro estado y capacidad de disfrutar de la vida, debemos aprender a amar y a poder disfrutar del ser amados.”

Al describir a una persona como en un intenso duelo, des-animada y deprimida, decimos muchas veces que está “como (un) muerto en vida”, como un autómata, sin posibilidad de disfrutar, físicamente viviendo pero sin sentir que su vida tiene sentido.[9] En otras circunstancias, las personas se lanzan en un desenfreno tal que llegamos a decir “está suicida”, sin que la persona conscientemente tenga deseos de acabar con su vida. Ambas condiciones pueden ser muy riesgosas. En menor intensidad, pero no por ello menos significativo, podemos transcurrir por la vida carentes de ilusión y creatividad.

Asimismo, el paciente y la condición suicida pueden desplegarse como un estilo de vida que, paradójicamente, pretende encubrir el dolor y el padecimiento. El terapeuta en estos casos se constituye como tal al experimentar el dolor y la preocupación por el paciente que, al parecer, no siente por sí mismo o no parece registrar.

Betty Joseph en su artículo “Adicción a un estado mortífero” señala que:

“Hay un tipo de autodestructividad verdaderamente maligna que observamos en un pequeño grupo de nuestros pacientes, y que tiene, me parece, la naturaleza de una adicción, una adicción a un estado mortífero. Domina la vida de estos pacientes;… en su vida externa se ven cada vez más y más absortos en la desesperanza y se implican en actividades que parecen destinadas a destruirlos tanto física como mentalmente; por ejemplo, trabajan en exceso, casi no duermen, no comen adecuadamente o comen a escondidas sin límites si necesitan perder peso, beben cada vez y suelen desprenderse de sus relaciones.”[10]

La autora ubica a estos pacientes en resistencia terapéutica negativa dado que, para ellos, “sólo morir, aunque pueda resultar atractivo, no sería suficiente. Hay una necesidad manifiesta de saberse destruidos y de tener la satisfacción de verse a sí mismos destruyéndose.”[11] A partir del masoquismo y la actitud autoacusadora convocan al terapeuta a la desesperanza y la pérdida de su capacidad analítica buscando que ambos caigan (o sucumban) en el fracaso. “...el lugar donde es más obvia la atracción por ese estado mortífero es la transferencia. ... Tanto el paciente como el analista estarían condenados al fracaso.”[12]

Asimismo, postula que estos pacientes han empleado, tempranamente, una retirada viviendo sus vínculos sexualizados en una fantasía expresada en una actividad corporal violenta.
“En su primera infancia han tenido unas experiencias potencialmente depresivas que ellos sintieron como un dolor terrible que llegaba al martirio, y que intentaron evitarlo asumiendo ellos mismos el tormento, la acción de infligirse dolor anímico ellos mismos, edificando esto en un mundo de excitación perversa...”[13]

El paciente, entonces, puede estar severamente deprimido, melancólico, sumido en vínculos de maltrato, con trastornos alimenticios, o buscando activamente cómo matarse; puede estar como “muerto en vida”, atrapado en alguna forma de adicción, o básicamente disociado y hasta exitoso o “workaholic”, en “falso self” o como el antianalizando que describía Joyce McDougall (1993 [1978]).

3. La familia del suicida: una familia destructiva y autodestructiva

El suicida decodifica un constante mensaje, e incluso consigna, de su entorno: él sobra, no tiene lugar en la vida, no es “contenido” y su desaparición –en su fantasía– produciría alivio.[14] Simultáneamente, ocupa un lugar como depositario de una constelación intolerable, cumple una función y al ausentarse (por recuperación o por muerte) se requiere un reacomodo en la economía psíquica a su alrededor, pues se produce una vacancia en el rol de depositario de la locura y la muerte familiar. Se requiere un trabajo con la familia, aunque no siempre esto es posible, justamente por su misma condición.

Tal vez surjan dos caminos: por un lado, la elaboración de aspectos parricidas y fratricidas a la manera de un secreto familiar, ominoso, junto con los aspectos individuales del paciente mismo que recoge las identificaciones, dirige su hostilidad contra sí mismo, también como retaliación, satisface su extrema necesidad de castigo y/o, por otro lado, la “adopción” del paciente por un vínculo terapéutico de soporte diádico y de equipo, a la manera de una “nueva familia”. La tolerancia a este reacomodo es crucial para el paciente y para el grupo de origen como sistema.

Indudablemente que se trata de una patología de déficit,[15] de instalación temprana y de “refuerzo permanente” a través de una sucesión de carencias y traumas acumulativos, sobre una disposición genética básica. Hay una falta en sentido amplio, una falta de afecto (amor) y una falta de límites y principio de realidad, de lenguaje y simbolización. El exceso de hostilidad no alcanza a ser suficientemente tramitado y busca como destino al sujeto mismo.

Se parte de una falla narcisística que nos lleva a preguntarnos ¿quién es el paciente para sus objetos primarios? El paciente, decíamos, ocupa el lugar de reservorio de depositaciones masivas de aspectos denigrados de madre y padre en una cópula que engendra un “aborto de la naturaleza”, una “basura”, un deshecho que no merece vivir.

De esa manera, se origina una depresión narcisística, desencadenada luego, con frecuencia, por una depresión de pérdida que surge desde la adolescencia, período de duelos, revisión de las identificaciones, intensas modificaciones corporales, emergencia de la sexualidad y de tareas evolutivas. Modelos de identificación parental de tipo melancólico, adictivo y trasgresor, resultan en una combinación que deviene en amenazante y suicida. La insuficiente catectización temprana, a la manera de la depresión anaclítica y el marasmo, descritos por René A. Spitz (1986 [1958]), nos remiten a los posteriores trastornos alimenticios y adictivos. Sonia Abadi (1984) señala: “Casi podríamos decir que la adicción es una defensa de estilo perverso para elaborar un duelo melancólico inelaborable.”[16]

En esta línea, Kernberg (1992) señala “La investigación con infantes documenta la aparición temprana de la ira como afecto, y su función primordial: eliminar una fuente de dolor o irritación. Una función ulterior de la ira es… emitir una señal al cuidador para que facilite la eliminación de algo que irrita… para que el cuidador restaure un estado deseado de gratificación.” [17]

En otras palabras, la falla ambiental temprana, la no disponibilidad materna, el insuficiente cuidado y preocupación maternal primaria[18], la falla básica[19], la conceptualización de “madre muerta”[20], son aproximaciones que dan cuenta de condiciones tempranas críticas.

En el terreno sexual, nos encontramos con tempranas experiencias confusionales de sobreestimulación sobre la base de carencias afectivas a las que, en apariencia, se sustituye. Situaciones traumáticas de violenta irrupción: violación y maltrato se depositan en el cuerpo como escenario de dolor y muerte.[21]

El suicidio aparece no sólo como un asesinato autodirigido, cargado de violencia, sino como una forma de encubrir, aunque a la vez denunciar, a quién o quienes han contribuido a la enfermedad del paciente. Desde niño, éste se instala en una actitud de pseudo comprensión, tolerancia e incluso protección a sus padres, a quienes exime de su responsabilidad.

En la psicopatología de la agresión, continúa Kernberg (1992) “una forma extrema de odio exige la eliminación física del objeto… Esta forma de odio a veces se expresa en el suicidio, en el cual se identifica al sí-mismo como el objeto odiado, y la autoeliminación es el único modo de destruir también el objeto.”[22]

Asimismo, el autor distingue autoagresiones limítrofes por narcisismo maligno y por estructura psicótica en función de “la intensidad de la agresión primitiva, la primitivización de todas las estructuras intrapsíquicas, la naturaleza del superyó y el reclutamiento de los impulsos libidinales y eróticos al servicio de la agresión.”[23]

De otro lado, es imprescindible considerar que el paciente cuenta con recursos y condición de supervivencia respecto a un ambiente adverso; posteriormente, deviene en un estado de “sobreviviente de sí mismo”, aún con el objeto amenazador interno que denigra, amenaza, a riesgo de, eventualmente, destruir. Es menester integrar el concepto de resiliencia, ya plenamente incorporado a las ciencias sociales y a la salud mental por ejemplo, como “la capacidad de las personas de resistir y sobreponerse a la adversidad, a la facultad de construir en medio de –y a pesar de– las dificultades, así como de orientar el propio desarrollo hacia resultados positivos para sí mismas y para el medio circundante…”[24]. Fuerza y vida en el paciente que, luego, es transferida al terapeuta y al vínculo, sin creer o considerar el paciente que alberga un objeto bueno indemne, sobreviviente, capaz de establecer alianza de vida y de trabajo con el terapeuta. Re-encuentro de miradas que catectizan y transmiten el gozo del encuentro[25]. El suicidio, el gesto suicida, aparece como el intento de ejercer, activamente, cierto control sobre lo infringido, como un juego que muestra sobrevivencia, negación del sufrimiento y del dolor psíquico. Ironía, paradoja: morirse cuando se quiere vivir, elaboración mediante.

4. El tratamiento que trata y maltrata

La psiquiatría y la psicoterapia psicoanalítica en estos casos requieren no sólo una sana convivencia, lo cual en ocasiones no puede lograrse, sino incluso una colaboración imprescindible.[26] El equipo psicoterapéutico se convierte en un escenario de re-edición transferencial de aspectos y personajes del mundo interno del paciente, no siempre suficientemente integrados, en intenso combate.

El aporte de las neurociencias, para algunos, puede ser acogido, implementado e integrado al proceso psicoterapéutico. Para otros, puede constituirse en el apoyo a la fobia del terapeuta al vínculo y a la aproximación de la condición del paciente. Asimismo, la evaluación clínica y la prescripción terapéutica “no transferencial”, la medicación y el internamiento pueden intentarse como sustitutos del vínculo ante las ansiedades intolerables del terapeuta, en tanto instrumentos de evitación y no facilitadores del encuentro. La medicación es útil no como un abuso a partir de una exigencia social para que las personas estén siempre de buen humor, con energía y productivas, sino como un medio de ayuda adicional a la terapia. Esta diferencia de opiniones produce un divorcio entre psiquiatras y psicoterapeutas.[27]

En los internamientos se presenta una situación particular, el paciente “sale” (puede acceder al alta) mientras el personal “no sale”, se queda –trabajando– ¿como “locos de por vida”? Hay una diferencia, que puede hacerse tenue, entre el límite y el maltrato, no sólo por emergentes de aspectos sádicos sino como recurso de supervivencia y forzada diferenciación ante el dolor y la angustia. Requerimos considerar que, respecto a los internamientos, el paciente suicida no siempre es crónico ni terminal.

5. Viviré”[28]: Voy a vivir

En estas condiciones, la función del terapeuta aparece como un quehacer a contracorriente de ciertos aspectos de la familia y de la sociedad. Desde la técnica, nos preguntamos hasta dónde se posibilita o se limita una intervención terapéutica en términos de regresión e incluso como “psicoterapia de inmersión”, puesto que la regresión es siempre imprescindible. En este sentido, el trabajo testimonial de Margarett Little sobre su análisis con Winnicott es especialmente revelador[29], así como el de Mdme. Sechehaye y el caso Renée[30], tan impresionantes e ilustrativos en este sentido.

En ciertas condiciones, se requiere co-terapeutas que puedan hacerse cargo de la contratransferencia negativa, permitiendo así la idealización inicial que el paciente requiere. Posteriormente, se harán presentes aspectos intensamente hostiles. En ese contexto, los co-terapeutas funcionan como interdictores naturales en el proceso.

El acto terapéutico con el paciente suicida surge como un rescate; el rescate de los aspectos vitales: afecto y lucidez en medio de un “fervor tenaz” son convocados. ¿Hasta dónde el suicida y, en general, el ser humano es dueño de su vida para disponer de ella a su libre albedrío? Para algunos, el suicidio puede sustraerse de la condición y del hecho clínico y constituirse en materia discutible. Para otros, es la activación de un sector psicótico en una personalidad limítrofe.[31] En el ámbito psicológico, ¿se puede hablar de “eutanasia” y de “distanasia”?[32] Una condición psíquica intolerable, ¿es siempre irreversible? o ¿esta condición depende más bien, en gran medida, de las posibilidades terapéuticas? El paciente requiere encontrarse con una sana y fundante catectización. La contratransferencia requerida demanda un fervor por vivir, una especie de”furor curandis”.

El terapeuta ha de ser un modelo de supervivencia, mas no masoquista ni melancólico. Su primera tarea es la de sobrevivir al proceso respecto a las masivas proyecciones confusionales, simbióticas, indiscriminadas y eventualmente destructivas. Ha de asistirse tanto de la empatía como de la diferenciación y, en dicho contexto, debemos preguntarnos por el lugar de la interpretación y el insight. “Eros psicoterapéutico”[33] y el lugar de la interpretación. Vieja polémica: si cura el vínculo o la palabra, más bien ambos, a través de verbalizaciones afirmativas que reconozcan las vivencias del paciente.[34] La contención para el terapeuta resulta de este modo imprescindible.

El paciente depresivo con o sin componentes suicidas nos brinda, muchas veces sin saberlo, un singular aporte en términos de situación clínica límite, de frontera, que convoca la mayor elaboración posible no sólo teórico-técnica sino también humana. Además, ofrece al terapeuta asistir, como testigo de excepción, a la recuperación no sólo de funciones y desempeños sino de una identidad más propia y humana, si se puede decir así.

El deseo de vivir ha de primar, a pesar de la angustia de muerte que el terapeuta, cual madre con su hijo, ha de tolerar respecto a su paciente. Necesitamos distinguir cuándo el intento de suicidio, por riesgoso que sea, es un clamor de vida, un intento “fallido” pero en realidad “exitoso”, un clamor de vida que reclama un re-nacimiento.

Éste puede ser un esfuerzo quijotesco que compromete la vida misma a partir de un aspecto del paciente que convoca y compromete muy profundamente. Sabemos que Winnicott sugería no tener más de uno o dos pacientes en estos niveles de regresión, mientras otros pacientes han de esperar, puesto que hay una intensidad de sufrimiento y de riesgo a compartir, incluso con aspectos legales en juego.

Requerimos innovaciones técnicas que se inserten en el dispositivo analítico: cuando la palabra se conserva “más allá de las transgresiones (innovaciones) técnicas” respecto a aspectos fundamentales del encuentro transferencial y el proceso. Es imprescindible el pensar analítico en el terapeuta: análisis y autoanálisis permanente de la contratransferencia: ¿quién es el paciente para mí y quien quiero (temo, puedo) ser para él?[35] Bleichmar (1997) lo plantea como una reformulación de la neutralidad y la abstinencia. En otras palabras, “...una actitud de “holding” es preferible a una actitud interpretativa”[36]

6. Reflexiones finales

° Considerar los aspectos destructivos y suicidas presentes en el contexto cotidiano, aspectos suicidas de la vida[37], que demandan interrogarnos qué ocurre con nosotros mismos.
° Estar más dispuestos a atender, estudiar, investigar y escribir sobre pacientes depresivos y suicidas, comprometiéndonos más con nuestros propios aspectos reparativos frente a nuestros sectores desvitalizados.
° Abrirnos a una flexibilidad técnica, conservando los parámetros analíticos, condición no siempre fácil de armonizar.
° Análisis, autoanálisis y supervisión son imprescindibles.
° Importancia de la estrategia terapéutica, no sólo la analítico-interpretativa, sino profundamente vivencial y reparativa, como un contra-modelo de lo que enfermó al paciente.
° Requerimos, entonces, una elaboración integral (de nuestras características de negligencia y violencia), una reflexión conjunta a riesgo de parecer, justamente, depresivos y pesimistas, respecto a nuestras actitudes y conductas negligentes, destructivas y autodestructivas. La supervivencia no se circunscribe a lo físico, sino al rescate de la capacidad de pensar, comunicar y crear. Articular el dispositivo analítico apropiadamente no sólo es un reto técnico sino un requerimiento insoslayable.

7. Bibliografía

(1) Abadi, Mauricio: El suicidio: enfoque psicoanalítico [1959], en “La fascinación de la muerte” de Abadi, M. y cols., Ed. Paidós, Bs. As., 1973.
(2) Abadi, Sonia, Adicción: la eterna repetición de un desencuentro (Acerca de la dependencia humana), en “Revista de Psicoanálisis APA”, N° 6, 1984.
(3) Balint, Michael: La falta básica: Aspectos terapéuticos de la regresión, Ed. Paidós, Bs. As., 1982 [1979].
(4) Bleichmar, Hugo: La depresión: un estudio psicoanalítico, Ed. Nueva Visión, Bs. As., 1988.
(5) Bleichmar, Hugo: Avances en psicoterapia psicoanalítica, Ed. Paidós, Barcelona, 1997.
(6) Gibert Rahola, J.: en el Módulo Conceptos generales de los trastornos del estado de ánimo, de la Maestría en Salud Mental y Ciencias Sociales del Instituto de Neurociencias de Barcelona y la Universidad de León, Barcelona, 2004.
(7) Granel, Julio: Accidentarse: Enfermedad actual (inédito), ponencia presentada en la IX Jornada Interna del CPPL: “Nuevas Patologías: ¿De qué sufrimos hoy?, Lima, 24-26 de setiembre de 2004.
(8) Green, André: Narcisismo de vida, narcisismo de muerte, Ed. Amorrortu, Bs. As., 1990 [1983].
(9) Gutiérrez, Gustavo: Violencia estructural. A propósito de la ponencia de James F. Gilligan, en “En el Umbral del Milenio”, SIDEA-PromPerú, Lima, 1999, Vol. II.
(10) Hornstein, Luis: Intersubjetividad y clínica, Ed. Paidós, Bs. As., 2003.
(11) Joseph, Betty: Equilibrio psíquico y cambio psíquico, Ed. Julián Yébenes, Madrid, 1993 [1989].
(12) Kernberg, Otto: La agresión en las perversiones y en los desórdenes de la personalidad, Ed. Paidós, Bs. As., 1994 [1992].
(13) Killingmo, Bjørn: Conflicto y déficit: implicancias para la técnica, en “Libro Anual de Psicoanálisis 1989”, Ed. Psicoanalíticas Imago, Lima, 1990.
(14) Laufer, Moses: El adolescente suicida, Ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1998 [1995].
(15) Little, Margaret: Relato de mi análisis con Winnicott, Ed. Lugar, Bs. As., 1995.
(16) McDougall, Joyce: Alegato por una cierta anormalidad, Ed. Paidós, Bs. As., 1993 [1978].
(17) Paredes, Jorge: No se puede jugar a ser Dios, en “El Dominical” (Suplemento del Diario “El Comercio”), Lima, 10 de abril de 2005.
(18) Pelegrín, César: Ensayo sobre la organización limítrofe, en “Pacientes limítrofes: Diagnóstico y tratamiento” de Dorfman Lerner, B. (comp.), Ed. Lugar, Bs. As., 1992.
(19) Quinodoz, Jean-Michel: La soledad domesticada, Ed. Amorrortu, Bs. As., 1993 [1991].
(20) Racker, Heinrich: Estudios sobre técnica psicoanalítica, Ed. Paidós, Barcelona, 1986.
(21) Robles Godoy, Armando: El placer de morir, en “El Dominical” del Diario “El Comercio”, Lima, 2005.
(22) Sechehaye, M.-A.: La realización simbólica – Diario de una esquizofrénica, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1958.
(23) Seguín, Carlos Alberto: Amor y psicoterapia. El Eros psicoterapéutico, Ed. Paidós, Bs. As., 1963.
(24) Serrano de Dreifuss, Olinda: Adicto(a)…¿yo?, Tesis de Maestría en Salud Mental y Ciencias Sociales (Eje Psicoanalítico), del Instituto de Neurociencias de Barcelona y la Universidad de León, Lima, 2004.
(25) Silva, Giselle: Resiliencia y violencia política: la esperanza realista en el siglo XXI, en “En el Umbral del Milenio”, SIDEA-PromPerú, Lima, 1999, Vol. II.
(26) Sinatra, Ernesto: en el Módulo Clínica del Consumo, de la Maestría en Salud Mental y Ciencias Sociales del Instituto de Neurociencias de Barcelona y la Universidad de León, Barcelona, 2004.
(27) Spitz, René A.: El primer año de vida del niño, Ed. Aguilar, Madrid, 1986 [1958].


[1] Robles Godoy, Armando, (2005), p. 12.
[2] Hornstein, Luis, (2003), p. 199.
[3] La depresión es la enfermedad crónica que más negativamente incide en la calidad de vida, incluso más que la hipertensión, diabetes o enfermedades reumáticas, por lo que debe ser tratada enérgica- y eficazmente… Es una enfermedad grave que puede conducir a la muerte (suicidio).” En Gibert Rahola, J., (2004), pp. 4, 5.
[4] “La violencia es un monstruo de siete cabezas, un fenómeno complejo y, desgraciadamente, omnipresente. …desde hace algún tiempo se ha comenzado a llamar a la pobreza “violencia estructural”, de Gutiérrez, Gustavo, (1999), p. 31.
[5] Hace 10 años que se hacen estudios sobre los suicidios de menores en el Perú, y las estadísticas muestran una terrible realidad: 2004 se ha convertido en el año en el que se han registrado más casos. «Esta cifra equivale al 13% de la población suicida total (400), y es un número bastante alto para tratarse de chicos menores de 18 años», afirma Freddy Vásquez Gómez, jefe del Programa de Prevención de Suicidios del Instituto Especializado en Salud Mental Honorio Delgado-Hideyo Noguchi. En: http://www.congreso.gob.pe/comisiones/2002/discapacidad/boletines/boletin60.doc
[6] Sinatra Ernesto, (2004).
[7] Bleichmar, Hugo, (1988), p. 35.
[8] Granel, Julio, (2004).
[9] Bleichmar, Hugo, (1997).
[10] Joseph, Betty, (1993 [1989]), pp. 177, 178.
[11] Joseph, Betty, op. cit., p. 178.
[12] Joseph, Betty, op. cit., p. 178.
[13] Joseph, Betty, op. cit.
[14] El papel de la desestimación narcisística y de la culpa intolerable es abordado por H. Bleichmar (1988) en su ya clásico trabajo sobre Depresión.
[15] Killingmo, Bjørn, (1989).
[16] Abadi, Sonia, (1984).
[17] Kernberg, O. (1992), p. 47. (Las bastardillas me pertenecen.)
[18] Winnicott, D. W., ( )
[19] Balint, Michael, (1982 [1979]).
[20] Green, André, (1990 [1983]).
[21] Laufer, Moses, (1998 [1995]).
[22] Kernberg, Otto, (1992), p. 49.
[23] Kernberg, Otto, op. cit., p. 76.
[24] Silva, Giselle, (1999), pp. 57, 58
[25] Bleichmar, Hugo, (1997)
[26] “En la depresión intervienen factores genéticos, bioquímicos y ambientales, así como la personalidad.” (Gibert Rahola, J., op. cit.)
[27] “…la demanda social de personajes o individuos no sólo prosaicos sino “proza(c)-icos” -nos damos licencia para acuñar este juego de palabras- denuncia la alianza entre la demanda y la oferta neuro-psiquiátrica, vía una tecnología altamente refinada y prometedora para ofrecer “productos” (medicamentos y personas) de última generación, acorde a las demandas de nuestros tiempos.” En Serrano de Dreifuss, Olinda, (2004), p. 23.
[28] Canción interpretada por Andrea Bocelli (“Vivere” en italiano).
[29] Little, Margaret I., (1995)
[30] Sechehaye, M.-A., (1958)
[31] Pelegrín, César, (1992)
[32] “Dos hechos conmovieron en estos días al mundo: la muerte del Papa y la de Terri Schiavo, una mujer que fue desconectada después de quince años –por orden judicial– de la sonda que la alimentaba hasta dejarla morir por inanición. Ambos extremos: la supresión de la vida en el caso de Schiavo (eutanasia) y los esfuerzos terapéuticos sobrehumanos por prolongar la vida del sumo pontífice (distanasia), son cuestionables en opinión del médico Patrick Wagner Grau porque quebrantan la dignidad del paciente.” En Paredes, Jorge, (2005), p. 10.
[33] Seguín, Carlos Alberto, (1963)
[34] Kilingmo, Bjørn, op. cit.
[35] Racker, Heinrich, (1986)
[36] Quinodoz, Jean-Michel, (1993 [1991]), p. 147.
[37] Diariamente escuchamos a adultos y adolescentes decir “¡me muero –si ocurre o no tal cosa–…!”, “¡me suicido…!”, “¡te mato…!”, “¡mueres…!”, ¡ya fuiste…!” como lo más “normal”. También refieren una intensidad difícil de contener: “¡me muero de ganas de…!”

"Amenazas contra la identidad latinoamericana ¿Globalización o fagocitación?"
Tercer congreso FLAPPSIP, Lima
Mayo, 2005
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