domingo, 20 de mayo de 2007

La personalidad del estudiante de Psicología

Un punto útil de inicio podría ser preguntarnos ¿por qué elegimos la Psicología como carrera? Porque nuestros amigos en el colegio nos contaban sus problemas, porque se supone que nos gustaba escucharlos e incluso aconsejarlos; o tal vez porque teníamos problemas y no estábamos en condiciones de decidir entre estudiar Psicología o buscar una terapia; o porque nos acostumbramos a observar a la gente de nuestro entorno, acaso desde una postura un tanto tímida; o porque más bien éramos desenvueltos, sociables, líderes y persuasivos, como lo señaló algún test vocacional; o porque no nos decidíamos por otra carrera, que fuera de Letras, porque de Ciencias y Matemáticas no parecíamos muy talentosos; o porque queríamos curar y aliviar, ser como médicos y doctores, como probablemente lo es o lo era algún familiar o adulto allegado a la familia …

Podemos hacer un listado de características o atributos deseables para un estudiante de Psicología, desde ser observador, ser curioso de lo humano, motivado a trabajar con gente, sensible, con disposición o capacidad para ser empático, (VER Selecciones o Coderch) es decir, para colocarse en el lugar del otro, imaginándose estar en el lugar del que atraviesa una experiencia o se refiere a ella. En alguna medida, se trata tal vez de un sujeto más bien pensativo, en tanto es más bien observador, tal vez introspectivo, lo cual no quiere decir, serio, aislado o melancólico. Volviendo a esto de la empatía, decíamos “ponerse en el lugar del otro”, éste no es un atributo para nada sencillo pues supone por un instante desprenderse de uno mismo, como salirse de uno mismo, por un momento, para sentir y ver las cosas desde la perspectiva de la otra persona o de las otras personas, tratando de comprender al otro desde el otro mismo, y todo ello conservando nuestra mismidad, es decir, no dejando de ser nosotros mismos.
En este sentido, también requerimos tolerar el dolor ajeno cercano, aunque ajeno, cercano.

Estar dispuesto a ser un investigador, desde uno mismo, explorarse internamente, conocerse y reconocerse. Estar dispuesto a la búsqueda de la verdad el resto de la vida.

Estar abierto a lo social en diversas esferas y alcances, en una actitud de servicio.
Estar abierto al trabajo mutidisciplinario y a la investigación cuanti- y cualitativa de diversos fenómenos psicológicos.
Necesitamos desarrollar destrezas para discernir qué es posible, qué es deseable y qué es urgente modificar o sobre lo cual intervenir, independientemente del tipo de Psicología que se trate nuestra especialidad: clínica, educacional, organizacional o social.
También es preciso tolerar la frustración de respetar las decisiones y limitaciones del otro (paciente o cliente).

Poder tolerar el no-saber, la confusión, el desánimo, el miedo, la sensación de derrota, incluso el no agradecimiento. (como Mary Poppins)
Poder tolerar formas de violencia manifiestas y otras veladas, francos ataques a nuestra persona, personajes nuestros, espacio de trabajo, sino a nuestra “capacidad de pensar”.

Poder sostener emocionalmente a una persona o grupo incluso, cuando se siente indefenso con la sensación de estar en peligro de caer, como caída libre.
Poder atender y estar listo a percibir no sólo con lo sentidos sino con toda todo nuestro interior, percibir no sólo al otro sino lo que el otro me produce, confiando en que algo pueda entenderse y luego implementarse.

Poder tolerar vivencias tipo “terror sin nombre”, profundas angustias indecibles (viñeta) para lo cual el apoyo terapéutico del estudiante, o ya del profesional, resulta imprescindible, además de constituirse en el espacio didáctico por excelencia.


Alguien podría decir pero por qué esta elección, esta tarea tan delicada o frustrante, o nociva o incierta? Cuando uno puede dedicarse a otra actividad más interesante, sencilla, gratificante y remunerativa? En el mismo campo de la Psicología se habla actualmente de una Psicología Positiva incluso …
Es que simplemente no hay lógica, en todo caso no la lógica de la vida diaria, concreta y razonable. “El corazón tiene razones que la razón misma ignora.”

Uno se enamora de nuestra profesión. Al final de nuestra adolescencia, si la pensamos evolutivamente y no como un estado, tenemos la tarea supuestamente, de efectuar dos grandes elecciones que, aunque posibles de modificación posterior, elección de pareja y elección vocacional. Ambas elecciones suponen, si me permiten decirlo en terminología freudiana, investir libidinalmente, catectizar, aquellos objetos y establecer ligaduras afectivas internas y poderosas, haciéndolos “nuestros”, apoderándonos de ellos, y en términos winnicottianos, desplegando un espacio cómodo, aunténtico y creativo, con la fantasía de que con nada ni con nadie nos sentiríamos mejor, más a gusto. Algo nos lleva a imaginar que “otra cosa no podría haber hecho”, “otra actividad …, no”

Nos enamoramos de nuestra profesión, decíamos, o de nuestro oficio y nos sentimos realizados y experimentando instantes de felicidad. No se trata sólo de interesarse por un tema, buscar y leer ávidos, con curiosidad, sobre él. Se trata de estar contactados y abiertos a las conexiones que con él se produzcan, en cualquier circunstancia que experimentamos las 24 horas del día, es decir, soñar dormidos y despiertos con aquello. Fascinarnos al encontrar cómo nuestro inconsciente y el de otros se revela y ¡zas! Se nos produce un insight, un descubrimiento (viñeta) que aunque nos traiga una desazón a la vez nos explica y así nos calma. Es más que gusto o vocación, es apasionarnos (ver definición) tanto que luego puede ser necesario distinguirlo de la adicción del workaholic en la que podemos incurrir cuando ya no podemos observar, sentir y pensar respecto a nuestra tarea, y caemos en un trabajo rutinario. ¡Cómo, si es con personas siempre únicas y diferentes! Y en ocasiones “a destajo” y narcisísticamente tentador: ¿somos “salvadores” o “intérpretes” de algo que ni nosotros comprendemos en nosotros mismos?”
.
Me pregunto si todas las profesiones requieren pasión y entrega “por gusto”. ¿De dónde se alimenta esta ligazón? Se ha señalado que buscamos reparar a nosotros mismos y a nuestros objetos dañados. Reparar desde M. Klein sería el proceso de cuidado que deviene luego de acceder a la posición depresiva en la que experimentamos culpa por haber dañado en nuestra fantasía al objeto por efecto de nuestra agresión destructiva y nuestra envidia. El objeto “sobreviviente” requiere una reparación y un cuidado de nuestra parte. En términos legales, cuando hay un agravio se indica luego, una reparación civil o penal, vale decir, un desagravio.
Somos entonces los psicólogos y más específicamente los clínicos, seres muy culposos, malas personas, tal vez en nuestros orígenes, que luego necesitamos expiar culpas y nuestro paciente o cliente más bien nos ayuda en ello? Estas fantasías necesitan ser exploradas y elaboradas, ser conscientes a través de nuestro proceso terapéutico de que deseamos y requerimos rescatarnos y aliviarnos, tarea imprescindible para intentar una “ayuda” o intervención psicológica o psicoterapéutica. (Imagen de la mascarilla en el avión)

Todo ello nos conduce a reflexionar sobre la importancia de la salud mental, los trastornos del temperamento o del carácter y las condiciones personales en el estudiante de psicología como futuro profesional de la salud mental. Por ejemplo, la estabilidad sin llegar a la rigidez, es una cualidad sin duda muy requerida en el ejercicio de la profesión, pues el psicólogo está sometido a diversas presiones que no vienen sólo del exterior sino desde su registro interior respecto a lo que acontece en el entorno concreto y en su mundo de fantasía.

El supervisor interno propuesto por Casement es una figura interesante que condensa diversos personajes internos del terapeuta o del psicólogo, en este caso, desde su terapeuta personal, sus maestros y supervisores, sus autores preferidos y sus objetos buenos de su historia y su mundo interno. Todos ellos o todo ello nos acompañan en la, a veces solitaria y en ello paradójica tarea, de encontrarnos con otro ser humano, en alguna medida y en alguna forma aquejado de algún sufrimiento o requerido de alguna forma de intervención psicológica, vale decir, no sólo clínica.

La expectativa, la esperanza y una dosis de optimismo son también imprescindibles no sólo para que el estudiante o el psicólogo se rescaten del riesgo de una suerte de melancolía o agresión autodirigida, sino para conectarse y transmitir lo vital, lo libidinal diríamos, imprescindible en el encuentro con uno mismo y con el otro. Como diría Hugo Bleichmar, que la rigurosidad de la técnica no impida el placer del encuentro entre dos miradas, como una suerte de complicidad mutuamente vitalizante.

CHARLA PARA LA UNIVERSIDAD DE LIMA, Mayo 31, 2007
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...