martes, 6 de diciembre de 2005

Preocupación y cuidado por el que cuida

Quisiera compartir con ustedes en esta ocasión, las reflexiones que me suscita una experiencia personal, y grupal, de naturaleza docente en principio, que me acerca a la preocupación por los profesionales “psi”, por los colegas cuyo trabajo consiste en atender y cuidar a los pacientes; preocupación que, por supuesto, no deja de incluirnos a todos nosotros.

Esta experiencia se inicia en el año 2002, por iniciativa de uno de los psiquiatras del servicio de niños y adolescentes del Instituto Nacional de Salud Mental “Honorio Delgado-Hideyo Hoguchi, quien formó un grupo de psiquiatras, psicólogos, enfermeras y asistentes sociales interesados en una especie de “curso” o “seminario” sobre temas psicoanalíticos, cuya conducción me fue solicitada.

En el primer año, las clases trataron sobre conceptos psicoanalíticos introductorios. El grupo se mostraba muy entusiasmado y era muy estimulante preparar las clases, incluso por escrito. Durante el segundo año, estudiamos temas ligados a Niños. Al año siguiente, el pedido del grupo, y mi propio interés, nos condujo a temas relacionados a la Adolescencia. El cuarto año lo dedicamos a revisar diversas propuestas de aproximación terapéutica, con una cierta implementación de material clínico. Observando en retrospectiva, diría que el grupo conservó la mayoría de sus miembros. Sólo unos pocos no continuaron y otros nuevos se incorporaron. La asistencia no fue del todo regular en algunos de sus miembros. En ocasiones, otras actividades clínicas o administrativas convocaban, a veces obligatoriamente, a algunos de los miembros del grupo a la hora de nuestra reunión, de manera que no podían asistir. Surgían “comisiones” o actividades semejantes y, en el segundo año, el grupo tuvo que “luchar” con la programación administrativa para poder conservar su horario. Las vacaciones asignadas y tomadas escalonadamente, aunque no siempre, determinaban, por lo general, ausencias, aunque algunos colegas venían a clases aun estando de vacaciones. Incluso actividades políticas al interior de la institución impidieron la asistencia. Alguna vez durante estos años no hubo siquiera posibilidad de ingresar a las instalaciones de la institución. No obstante y a pesar de estas ausencias rotativas y tardanzas en el inicio de las reuniones, el grupo quería continuar. Recordemos que su gestación había sido espontánea y absolutamente voluntaria. Mis honorarios eran solventados por los miembros del grupo, no por la institución. Una persona -y luego otra- tenía la tarea, no siempre fácil, de recolectar dichos honorarios; sin embargo, éstos nunca faltaron. La mayoría de los miembros del grupo carecía de experiencia terapéutica, a pesar de la naturaleza del trabajo que desempeñaban, en cuanto a su alta movilización emocional; sin embargo, con el tiempo, algunos de ellos se sensibilizaron de tal forma que solicitaron referencias para buscar espacios terapéuticos para sí mismos o para algún familiar cercano. En ocasiones, se bromeaba como si el grupo fuera un grupo terapéutico.

De cuando en cuando, teníamos encuentros que llamamos “¿Cómo estamos?”, nombre creado por una profesora de primaria que lo empleaba cuando se reunía con sus alumnos. Dicho espacio, con el mismo nombre, lo implementamos luego en la supervisión de otros grupos, como el grupo “Corpus” del Centro de Psicoterapia Psicoanalítica de Lima que, a diferencia del anterior, está formado por terapeutas de formación psicoanalítica, vale decir, con experiencia analítica personal. En estos encuentros de “¿Cómo estamos?” con el grupo del Noguchi, la motivación era un tema central puesto que nos planteábamos cómo, a pesar de que algunos colegas no asistían muy regularmente, el grupo quería continuar. Siendo así, ¿qué tema o temas los (nos) convocaba? La pregunta no estriba solamente en por qué se ausentaban, sino en por qué, a pesar de ello, querían y quieren conservar el espacio. ¿No lo sienten acaso como un espacio ¡por fin! para ellos?

Otro aspecto importante se refería a la metodología, pues el grupo al parecer prefería continuar con un sistema de clases expositivas en las que se recibía cierta información. Tal vez desde un punto de vista docente, mi expectativa personal era que el grupo “evolucionara” más hacia una forma de seminario, con mayor participación de su parte en cuanto a lecturas, es decir, más allá de una posición pasiva de recepción, e incluso con cierta avidez, de información.

Nos preguntamos, ¿por qué el grupo pide, solicita, un curso de conceptos psicoanalíticos, algo distinto -hay que decir- a su aproximación y práctica cotidiana en la institución? El grupo podría estar buscando algo singular, complementario, enriquecedor, pero también algo diferente en términos de nuevas herramientas, que lo rescaten de una sensación de agobio, automatización y frustración por una insuficiente comprensión y “llegada” a los pacientes.

Por ejemplo, una psiquiatra del grupo observó una casuística de jóvenes adolescentes que presentaban fobia social con fantasías auto- y heteroagresivas, es decir, suicidas y homicidas, con o sin justificación o racionalización. Sus características familiares e historias personales estaban cargadas de privación y deprivación. Se trataba, efectivamente, de jóvenes con figuras maternas deprimidas y sumisas frente a figuras paternas ausentes o alcohólicas, con frecuentes antecedentes de abuso sexual, en un clima de violencia familiar o doméstica de larga data. En la vida escolar, estos niños y adolescentes habían sufrido el rechazo de sus pares sin sentir apoyo ni protección de parte de los profesores y las autoridades escolares. La colega psiquiatra[1] llamó a esta constelación “Síndrome de venganza frente al rechazo crónico”, y me solicitó complementar su estudio con una aproximación de carácter psicoanalítico. Esto devino en una presentación conjunta en el VII Congreso de Salud Mental y Psiquiatría de Niños y Adolescentes, llevado a cabo en Arequipa en setiembre del presente año.

Ahora nos preguntamos por qué, sin embargo, las presentaciones clínicas no eran tan frecuentes como las exposiciones y discusiones más teóricas. Y pensamos que, tal vez, el grupo marchaba a su ritmo en el sentido de que estas presentaciones clínicas eran, a su vez, movilizantes y muy intensas, y no todos los miembros del grupo contaban con un espacio o una experiencia terapéutica.

De fondo, yo pensaba y les trasmitía que el grupo había creado un espacio que quería o requería conservar. No se trataba solamente de un curso -éste era casi un pre-texto-, sino de sentirse muchas veces reunidos, acogidos y reconocidos en la definitivamente difícil tarea que desempeñaban día a día. Podría considerarse un espacio transicional en el cual el rol asistencial y docente que ellos desempeñaban se suspendía para darles posibilidad u oportunidad de ser, por ejemplo, “alumnos” con una profesora. El grupo requería sostenimiento y cuidado, especialmente ante casos verdaderamente difíciles, desafiantes y, muchas veces, desalentadores, presentados con un intenso compromiso de parte del terapeuta y también del grupo.

Actualmente, estamos en “veremos” si continuamos o no con este espacio. Si seguimos, éste sería netamente clínico, dirigido a primera vista a la supervisión de casos; sin embargo, el binomio paciente-terapeuta, como el bebé y su madre, bien lo sabemos, es indesligable y ambos requieren ser acogidos. El grupo sabe e intuye que requiere un espacio de sostenimiento en su tarea. La institución ofrece espacios de discusión clínica a la manera más clásicamente psiquiátrica, así como diversos eventos profesionalmente valiosos; en cambio, este espacio es distinto y distintivo. En este sentido, ¿importa realmente si no se continúa? ¿Cuánto ha interiorizado el grupo su propia necesidad de cuidado y soporte, como para que esté en condiciones de buscar nuevamente la manera de implementarlo, bajo diferentes modalidades (grupo operativo, grupo de estudio, de supervisión, etc.), en realidad, grupo de soporte y cuidado, además de una creciente conciencia de la necesidad de un espacio terapéutico personal?

Esta experiencia nos lleva a pensar en la importancia del cuidado por el que cuida, pues la tarea de éste requiere una presencia y un compromiso auténtico e intenso en estrecha relación con quien padece, es decir, con el paciente. El vínculo que entre ambos se suscita y el proceso que se desarrolla adquieren especial importancia por su función de sostenimiento, por la disponibilidad del terapeuta a ser “usado”, por la relativa regresión que surge a ciertos niveles de dependencia, y por la contratransferencia que convoca e implica. Actualmente, esta situación es mencionada de maneras diversas, como Intersubjetividad[2], Psicología Bi-personal[3] o Psicoanálisis Relacional[4].

De otro lado, en las investigaciones sobre eficacia terapéutica se afirma que: “Las variables del terapeuta toman más relevancia desde el momento en que no se ha logrado demostrar la superior eficacia de ningún tipo de psicoterapia. Parecería que las mejorías de los pacientes no están íntimamente ligadas a las técnicas terapéuticas (Lambert, 1989) y, por tanto, sería necesario estudiar con más ahínco la manera en que el terapeuta participa con sus características personales y profesionales.”[5]

En el trabajo clínico, desde una comprensión del desarrollo y del enfermar a partir de una falla ambiental temprana en el vínculo con la madre, como primera cuidadora de las necesidades de su bebé, el setting y el terapeuta, desde su persona misma, vale decir, su self verdadero y sus posibilidades de holding, adquieren una importancia crucial. Es decir, la personalidad total del terapeuta está permanentemente convocada.[6]

Asimismo, la importancia terapéutica de la disponibilidad, del gesto espontáneo, de la transicionalidad y de la posibilidad de un despliegue creativo hace que esta situación nos remita a un énfasis en la responsabilidad del terapeuta en el encuentro con el paciente y en la marcha del proceso mismo.[7] A su vez, el terapeuta no sólo requiere la necesidad del análisis personal como aspecto fundamental de la formación, junto con los espacios de supervisión y seminarios teórico-clínicos, sino un permanente cuidado de sí mismo. Ya Freud nos proponía la necesidad del terapeuta de reanalizarse, incluso especificó que debía hacerlo cada 5 años[8]. Muchas veces he compartido con mis colegas en grupos de estudio y supervisión la metáfora que se puede extraer de las instrucciones de salvataje que aparecen en los aviones, en las que nos muestran y nos indican cómo el adulto debe ponerse o colocarse primero la propia mascarilla o fuente de oxígeno antes de ponérsela a otra persona, por ejemplo, un niño (o su niño), a su cuidado.

Además, pensemos en otros espacios y maneras de cuidado del terapeuta: desde cursos de actualización (en los que frecuentemente se generan estrechos lazos entre sus miembros), reuniones clínicas y, para los colegas de mayor experiencia, labores docentes y de supervisión, siempre y cuando éstas no los sobrecarguen también. En estas actividades, el terapeuta no sólo sigue escuchando y atendiendo, es decir, preocupándose y cuidando a otros, sino que en ellas puede compartir viñetas o situaciones de la clínica cotidiana que, constantemente, precisan de una rigurosa contención de su parte.

También se requiere de espacios distintos, de otras formas de transicionalidad, suficientes “horas libres”, de esparcimiento, hobbies, vacaciones… En este sentido, las vacaciones son como un paréntesis dentro de una rutina que puede estar muy sobrecargada no sólo de las demandas propias del trabajo clínico, sino también de otras responsabilidades docentes e institucionales, aun cuando éstas, a su vez, funjan de variación de las sucesivas horas terapéuticas (o jornadas terapéuticas). A menudo este descanso vacacional, por diversas razones, no siempre se respeta, al menos en la necesidad y pertinencia u oportunidad en que es requerido. Para empezar, no nos olvidemos que, en términos económicos, nuestro sistema de trabajo es “a destajo”, vale decir, en principio, a mayor trabajo, mayor ingreso. Ésta puede ser una de las razones, junto con otras -como por ejemplo la pasión desmedida, la competitividad entre colegas, la evasión de otros aspectos carenciados y conflictivos en lo personal-, para instalarse en un funcionamiento adictivo respecto de nuestra tarea, a la manera de un workaholic.[9] Por lo demás, nada más contradictorio que la postura adictiva, tan lejos del sosiego necesario, para interrogarse por el sentido y la búsqueda de nuestra verdadera existencia, permitiendo, a su vez, el despliegue de nuestro ser, en vez de ubicarse desenfrenadamente en una actividad, en una producción, en una patología del hacer, y en un consumo de carácter fetichista. (Recientemente, en otra oportunidad, planteábamos cómo la sociedad promueve una oferta de consumo de naturaleza variada y adictiva, en estrecha conexión con una extensión de las condiciones depresivas generalizadas.[10])

No es infrecuente que una sucesión de tareas, en el ámbito institucional y privado, amenacen con la saturación, el aburrimiento, la falta de sentido y creatividad; un cúmulo de actividades que demandan, someten e imponen una sobre-adaptación. En estas circunstancias, tomar distancia -“desconectarse”, decimos comúnmente- resulta siendo semejante, en alguna medida, a un internamiento médico en general, o psiquiátrico en particular, en el sentido de la búsqueda de un otro espacio, apartado o aislado del entorno agobiante, un espacio de cuidado, ante la posibilidad o inminencia de desbordarnos, enfermarnos[11], o accidentarnos a la manera de un quiebre o de un brote psicótico…

Al respecto nos dice Winnicott (1970) que “El hecho es que la gente no debería desempeñar empleos que le resulten sofocantes, y si no pueden evitarlo, deberían organizar sus fines de semana de manera tal que proporcionen alimento a su imaginación, incluso en los peores momentos de aburridora rutina. Se ha dicho que es más fácil mantener activa la imaginación cuando la tarea es verdaderamente aburrida que cuando ofrece algún interés. Debe recordarse también que el trabajo puede ser muy interesante para algún otro que lo utiliza para llevar una vida creativa, pero que no permite que nadie mas actúe según su parecer.” Las vacaciones devienen en una especie de tiempo y espacio de naturaleza transicional en el sentido de un (re)encuentro con uno mismo, con diversos matices entre el mundo externo y el mundo interno. Consideremos cómo para algunos autores un signo de salud y un criterio de alta ya no es sólo la capacidad de amar y trabajar, como señalaba Freud, sino la capacidad de dejar de trabajar y de tolerarlo.[12]

A propósito de las vacaciones, recordamos una especie de anécdota del compositor Joseph Haydn (1732-1809), quien crea, en 1772, la sinfonía N° 45, también llamada “De los adioses” o “Las vacaciones”, en el curso de una estancia muy prolongada en la residencia de verano del príncipe Esterházy. “Los músicos de la corte estaban cansados, querían tomar vacaciones y ver nuevamente a sus mujeres, pero el noble no se daba por enterado y sus subordinados debían tocar para él día y noche. Cuando recurrieron a Haydn para que los ayudara, éste creo una sinfonía que sutilmente comunicó al príncipe la situación de sus músicos, pues, en el último movimiento, uno por uno, cesaron de tocar, apagaron las velas de sus atriles y abandonaron la sala. Al final, sólo quedaron dos violines y el director. La indirecta tuvo efecto, el conde celebró la ingeniosa ocurrencia y los músicos, gracias a la creatividad de Haydn, obtuvieron sus vacaciones.”[13]

Actualmente, ya muchas empresas, por ejemplo, consideran la importancia de invertir en políticas concretas que “cuiden” de diversas formas a sus empleados y personal jerárquico, comprendiendo que ésta es la mejor manera de “conservar y repotenciar” su capital humano, buscando así una mayor productividad. Actualmente, por lo general, ya no se acepta como antaño que el personal “venda” sus vacaciones, es decir, las trabaje. En nuestro caso, las nuestras dependen de nosotros mismos y ni qué decir de cómo las necesitamos, salvo que consideremos la opción de presentarnos omnipotentemente, pero no en el sentido de la ilusión, sino del delirio, para con nuestros pacientes, alumnos y nosotros mismos. Desde el año pasado, en el CPPL, por ejemplo, la institución, y con ella el Departamento de Proyección Social, cierra sus puertas, tanto a la atención clínica como docente, determinado número de días a comienzos de año. Por supuesto, hay pacientes que se tornan graves y no pueden aún tolerar estas interrupciones[14]; ellos, dadas sus condiciones regresivas, requieren un soporte, a veces tan concreto, que puede precisarse el internamiento.

Volviendo a la situación de sobrecarga y a la experiencia inicialmente relatada, deseamos enfatizar que en una institución de salud mental no es posible concentrarse en la eficacia del profesional según la cantidad de pacientes, ambulatorios y/o internados, que pueda atender, sino en cómo cuidar, a su vez, a quien cuida. Actualmente, se usa la expresión “burn-out”, o síndrome del cuidador quemado, para referirse originalmente al profundo desgaste físico y emocional que experimenta la persona que convive y cuida a un enfermo crónico incurable (como el paciente con Alzheimer) sin hacer otra actividad. Es como un estrés continuado de tipo crónico (no el de tipo agudo de una situación puntual), en un batallar diario contra la enfermedad, con tareas monótonas y repetitivas… Incluye desarrollar actitudes y sentimientos negativos hacia los enfermos a los que se cuida, desmotivación, depresión-angustia, trastornos psicosomáticos, fatiga y agotamiento no ligado al esfuerzo, irritabilidad, despersonalización y deshumanización, comportamientos estereotipados con ineficiencia en resolver los problemas reales, agobio continuado con sentimientos de ser desbordado por la situación.[15] La falta de tiempo, por ejemplo, es una de las primeras causas de agobio y es lo que no se compra ni se vende, ni siquiera navegando actualmente por doquier en Internet.

J. Elizalde (2001), en su interesante y saludable artículo “Las crisis del terapeuta”, plantea cómo “Para poder ayudar a otros debemos comenzar siempre por ser concientes de los factores de riesgo específicos de nuestra profesión y cuidarnos de ellos.”[16] En este sentido, el autor aplica el concepto de “burn-out” para referirse a la crisis de agotamiento profesional en el psicoterapeuta psicoanalítico como una especie de “estrés específico del trabajo, que surge de la interacción social entre el que ayuda y el que recibe ayuda.”[17] Elizalde propone medidas de cuidado, a nivel individual y grupal, que rescaten como primera prioridad, por encima de cualquier actividad, la vida misma y su cuidado.

C. Martino y A. Wainstein, en su trabajo titulado “Winnicott y el burn-out”, presentado en las X Jornadas Winnicottianas Latinoamericanas llevadas a cabo en Chile en el 2001[18], han mostrado también preocupación por esta situación, ubicándola como una depresión por agotamiento en la que el terapeuta se siente emocionalmente exhausto. Citando a Winnicott nos señalan: “Los psicoanalistas y los trabajadores sociales psiquiátricos se ven llevados a hacerse cargo de casos graves, como los pacientes de nuestro grupo del Noguchi, y a administrar psicoterapias pese a que ellos mismos no están a salvo de la depresión.” (Winnicott, 1963)

Requerimos implementar una concepción de salud ligada a un auténtico bienestar, “curarse en salud”, como quien dice, y ello incluye descansar y disfrutar. En este sentido, “La capacidad de disfrutar” dio nombre en nuestra Institución a un Congreso que se llevó a cabo en setiembre de 2002, y en el que se mostró especialmente cómo los eventos no contienen sólo un carácter académico sino que son, y tal vez principalmente, como éste, encuentros amicales, sostenedores y nutritivos, constituyéndose así en una forma más de cuidado de los terapeutas, es decir, de todos nosotros.

Bibliografía
Bleichmar, C., L. de y Bleichmar, N.: Las perspectivas del psicoanálisis, Ed. Paidós, México, 2001.
Coderch, J.: La relación paciente-terapeuta, Ed. Paidós, Barcelona, 2001.
Dorado de Lisondo, A.: Drama y esperanza de la adopción en la transferencia: a la luz del impasse”, en “Psicoanálisis en América Latina” de FEPAL y API, Lemlij, M. (ed.), Biblioteca Peruana de Psicoanálisis, Lima, 1993.
Elizalde, J. H.: Las crisis del terapeuta, en “Psicoanálisis, focos y aperturas” de Bernardi, R. y cols., Ed. Psicolibros, Montevideo, 2001.
Freud, S.: Análisis terminable e interminable (1937), en “Sigmund Freud: Obras Completas, Ed. Amorrortu, Bs. As., 1980, t. XXIII.
Little, M.: Relato de mi análisis con Winnicott, Ed. Lugar, Bs. As., 1995.
Martino, C.: Winnicott y el burn-out, en Pre-publicaciones de las X Jornadas Winnicottianas Latinoamericanas, Chile, 2001.
Modell, A.: El psicoanálisis en un contexto nuevo, Ed. Amorrortu, Bs. As., 1984.
Orquesta Filarmónica de la Universidad de Lima, Programa de la Temporada Internacional 1999, Décimo Concierto, Lima, setiembre de 1999.
Panceira, A.: Análisis estructural de la patología fronteriza, en “Donald Winnicott en América Latina” de Outeiral, J. y Abadi, S., Ed. Lumen, Bs. As., 1999.
Panceira Plot, A.: Clínica psicoanalítica. A partir de la obra de Winnicott, Ed. Lumen, Bs. As., 1997.
Poch, J. y Ávila, A.: Investigación en psicoterapia. La contribución psicoanalítica, Ed. Paidós, Barcelona, 1998.
Quinodoz, J.-M.: La soledad domesticada, Ed. Amorrortu, Bs. As., 1993.
Serrano de Dreifuss, O.: Adicto (a)… ¿yo? [Inédito], presentado en Congreso de la ICHPA, Chile, octubre de 2004.
Winnicott, D. W.: Vivir Creativamente, 1970.
Winnicott, D. W.: El desarrollo de la capacidad para la preocupación por el otro [1963], en “Los procesos de maduración y el ambiente facilitador” de D. W. Winnicott, Ed. Paidós, Bs. As., 1993.


[1] Dra. Roxana Vivar
[2] “…la teoría intersubjetiva concibe a los seres humanos como organizadores de experiencia. El proceso psicoanalítico se percibe como el intento de dos personas, paciente y analista, de comprender la organización emocional del primero a través del dialogo y la búsqueda del sentido de sus experiencias compartidas con el segundo.” (Coderch, J., p. 200.)
[3] “El contexto nuevo al que se refiere el título de este libro es la psicología de dos personas. …esto nuevo no lo es tanto. Explícito reconocimiento del problema hizo Balint (1950) cuando señaló que nuestra teoría y nuestra técnica se refieren a sucesos que ocurren entre dos personas, y no meramente en el interior de una. La adopción de una psicología de dos personas es inherente también a la obra de Winnicott (1960), con su aserto de que “un bebé, eso no existe”.” (Modell, A., p. 11.)
[4] “Tal como ya he dicho al hablar del psicoanálisis relacional, en mi opinión las teorías de la interacción y de la intersubjetividad no han de tomarse forzosamente, pese a que sí lo hacen otros autores, como una escuela del pensamiento psicoanalítico que se suma a las ya existentes, sino que creo que es enormemente más fructífero considerarlas como metateorías, es decir, como nuevas maneras de ver la teoría y el proceso psicoanalítico…” (Coderch, J., p. 201.)
[5] Poch, J. y Ávila, A., (1998), p. 73. (Las bastardillas me pertenecen.)
[6] “La primera máxima es resistir y sobrevivir…”, en Panceira, A., (1999), p. 264.)
[7] “La preocupación por el otro se refiere al hecho de que el individuo se interesa, le importa, y siente y acepta la responsabilidad.” (Winnicott, D. W., [1963] (1993), p. 96.)
[8] Freud, S., (1937), p. 251.
[9] J. H. Elizalde (2001) la considera como una “adicción laboral de alta toxicidad”, p. 287.
[10] Serrano de Dreifuss, O., (2005), inédito.
[11] “Varias reuniones de psicoanalistas en los años ochenta se ocuparon de los efectos que tiene en el cuerpo del analista el ejercicio de su profesión… Las ansiedades recibidas en el ejercicio de la profesión producen en los analistas predisposición a perturbaciones físicas y adicciones…” (Bleichmar, C., L. de y Bleichmar, N., (2001), p. 252.
[12] “El amor, el trabajo y la capacidad para el placer son otros parámetros observables que suelen tomarse en cuenta para valorar la proximidad de la fase de finalización.” (Bleichmar, C., L. de y Bleichmar, N., (2001), p. 180.)
[13] Orquesta Filarmónica de la Universidad de Lima, Programa de la Temporada Internacional 1999, Décimo Concierto, Lima, setiembre de 1999.
[14] Como lo ilustra el dramático caso de Thiago, presentado por Alicia Dorado de Lisondo (1993) en su artículo Drama y esperanza de la adopción en la transferencia: a la luz del impasse.
[15] Rodríguez del Álamo, 2002.
[16] Elizalde, J. H., op. cit., p. 276.
[17] Elizalde, J. H., op. cit., p. 298.
[18] Pre-publicaciones X Jornadas Winnicottianas Latinoamericanas, (2001), p. 192.

XIV Encuentro Latinoamericano de D. W. Winnicott
2-4 de diciembre de 2005

miércoles, 26 de octubre de 2005

Volviendo a pensar la Psicoterapia Breve a partir de la Historia


“…al otorgarle historicidad, el paciente hace que aquella historia muerta que lo hacía sufrir porque no podía transformarse en historia verdadera, pero que funcionaba como presente perpetuo, se transforme en historia viva, en presente histórico, que le permite transformarla en un pasado verdadero.”[1]


INTRODUCCIÓN

Aun cuando nuestro grupo de estudio e investigación cuenta ya con una especie de “larga data”, es en estas semanas, motivadas y apremiadas por compartir nuestra experiencia con los colegas miembros de FLAPPSIP, que esbozamos nuestros primeros apuntes. El grupo está formado por Olinda Serrano de Dreifuss e Inés Cottle, como supervisoras, y por Ma. Carmen Bello, Graciela Bürkli, Amelia Casas, Dora Montesinos, Ma. Luisa Rossaza,  Ma. Pía Tomatis, Gísella Zapata y Verónica Zevallos.

Nuestro tema de interés gira, desde el inicio, en torno a los tópicos de Técnica, en una inquietud por buscar modos, maneras y procedimientos que armonicen la demanda del paciente de ser atendido y las posibilidades del terapeuta de atenderlas a partir de su identidad como psicoterapeuta psicoanalítico, en un contexto específico. Así, nuestra aproximación se centra, se focaliza podríamos decir, en los procesos breves.

A partir de estas motivaciones  y en el deseo de  buscar sustento en la práctica, el grupo recogió la posibilidad  de replicar la experiencia de investigación titulada: Diagnóstico con Intervenciones Terapéuticas. Psicoterapia breve a partir de la historia, la cual fue publicada en el  año 2001.

Dicha investigación trata de un diseño terapéutico, basado en la implementación de la historia clínica con intervenciones terapéuticas, a partir de un foco establecido desde el motivo de consulta. Este es utilizado como un instrumento diagnóstico y terapéutico llevado a cabo a lo largo de doce (12) sesiones.

Hemos combinado, entonces,  la aproximación clínica con la revisión teórico-técnica, en función tanto de las inquietudes emergentes como de la búsqueda de aportes recientes sobre temas muy actuales. Han sido motivo de discusión y elaboración particular el lugar de la empatía en la intersubjetividad y el del insight en los procesos abreviados, los alcances y limitaciones del trabajo de una sola sesión terapéutica (single session), de una sesión por semana, la importancia de la Historia y del historiar en el proceso terapéutico y, en general, los avatares del terapeuta en el trabajo con tiempo limitado.

Paradójicamente, aun cuando nuestro grupo se centraba en lo “breve”, nos hemos dado el tiempo para seguir investigando y formándonos. Cada paciente y cada proceso constituyen un reto, no sólo para el terapeuta sino para el grupo. La articulación entre las premisas fundamentales, base de nuestra identidad, y la creatividad de los miembros se  vio reflejada en una combinación de reflexión y afecto al interior del equipo, que sirvió, en todo momento, como soporte ante las angustias del “no saber” y ciertas resistencias que emergieron.

A lo largo de la supervisión de los casos y de la experiencia conjunta surgieron varios temas e  inquietudes, entre ellos: la focalización y el historiar o como nosotros decimos: “historiar focalizando”. Así mismo, la cuestión del tiempo limitado o “breve”, preguntándonos qué o cuánto podríamos lograr en doce sesiones, cómo intervenir en función a la intensidad y a la brevedad del proceso, qué posibilidades hay de alcanzar insight y si éste es necesario, cómo definir objetivos y expectativas terapéuticas menos idealizadas y más acordes con el foco y las posibilidades del tiempo limitado, así como el tema de las resistencias que este proceso generó en las terapeutas y la intensidad de la contratransferencia que desencadena una expectativa ansiosa y desproporcionada.

A continuación resumiremos algunas ideas y testimonios que surgieron como intento de elaboración frente a estos temas.


a.    Historia y foco o “historiar focalizando

En cuanto a la historia o al historiar al paciente, hemos visto y experimentado que, si logramos manejarla, puede ser un instrumento privilegiado que le sirve de soporte tanto al paciente como al terapeuta. Al paciente porque puede mirar los grandes “capítulos” de su vida e ir estableciendo relaciones entre ellos; al ir recordando va uniendo su motivo actual de consulta – su presente, con su pasado para entenderse mejor. Con la intervención del terapeuta, el paciente le va preguntando a su propia historia cómo llegó hasta aquí, cómo es que aparece esta queja concreta, qué tejidos ocultos a su conciencia han provocado esas actitudes, esos temores, esos fantasmas. Relatar su problema no sólo es catártico, sino que en estas doce sesiones mira las páginas de su vida, las voltea una y otra vez hasta lograr un cierto grado de insight o de integración entre ellas, de tal manera que al final se puede conocer más, pensar más, tolerarse más, quererse más.

La historia, igualmente, ayuda al terapeuta porque le brinda un abordaje semiestructurado que le da la tranquilidad para escuchar y pensar en y con el paciente; le permite estar con él, conocerlo e intervenir, a través del vínculo, en la resignificación de los recuerdos, de manera tal que al final ambos se encuentran construyendo una nueva mirada, menos implacable y más creativa sobre el paciente.
Historiar con el paciente facilita la formulación de hipótesis sobre él mismo, sobre la manera cómo se vincula o no consigo mismo y con los otros, como objetos internos de su self; sobre cómo maneja sus impulsos y defensas, cómo vive el Edipo, la castración, el deseo, las carencias, la agresividad. A través del recuerdo se elabora, se ligan las pulsiones, se puede arribar a una cierta integración del psiquismo, a un yo más libidinal y menos tanático.[2]

El terapeuta debe moverse ágil y flexiblemente a través del historiar; en vez de quedarse en lo formal, al modo de un médico que recaba datos, lo cual, constriñe y aprisiona en lugar de liberar y permitir un trabajo más fluido. Se trata, entonces, de implementar una manera diferente de hacer historia clínica, teniendo en cuenta qué aspectos más importantes del dinamismo del mundo psíquico se revelan en cada etapa de ella, a fin de trabajarlos con el paciente.

La historia ayuda a entender mejor el foco porque nos brinda diversas entradas para desentrañarlo. Nos preguntamos, entonces, cómo definir nuestro foco y qué dificultad o resistencia encontramos en el paciente y en el terapeuta para ello. Focalizar implica escoger, renunciar, privilegiar, negociar entre lo deseable y lo factible, considerar la alteridad insoslayable, pues no podemos someter al paciente al deseo del terapeuta o del grupo aún con el “válido” argumento de que más o pretendidamente todo es lo mejor, sin considerar sus deseos y posibilidades, salvo que pensemos que su motivación en este sentido siempre es resistencial y patológica, con la cual no nos podemos coludir. ¿Acaso postulamos, entonces, una especie de “minimalismo  psicoterapéutico” (menos es más, “less is more”).

A menudo nos hemos preguntado si la propuesta de “historiar focalizando” nos con-centra o nos des-centra. El descubrir y elaborar el foco a través de diversas entradas que nos da la historia, a veces nos ha confundido, como si tuviéramos que serle fiel al historiar o al focalizar, vivido esto como antagónico sin poder captar a veces que es justamente en la dialéctica-dinámica de la visión longitudinal del historiar y de la visión transversal del focalizar, que nos encontramos el “aquí y ahora” de la escucha y la intervención terapéutica: mirar y entender el hoy, a la luz del ayer, para pensar en el mañana.

A pesar de que somos conscientes de que trabajar con un foco es fundamental nos cuesta la tarea, no sólo porque nos formamos terapéuticamente pensando en la “asociación libre”, sino porque focalizar implica una exigencia fuerte en la escucha, en la capacidad de síntesis y no sólo en el análisis, en el razonamiento ágil, sin prisa, pero sin pausa. Necesitamos como terapeutas psicoanalíticos un mayor entrenamiento para responder acertadamente ante los puntos de urgencia que nos plantea el paciente.[3]


b.    ¿Se puede lograr algo con doce sesiones? Las terapias con tiempo y objetivos limitados

Una terapeuta del grupo afirma lo siguiente: “El tiempo breve asusta y angustia”. Frecuentemente los terapeutas psicoanalíticos creemos que siempre hay necesidad de “rumiar” el problema del paciente como una forma necesaria de elaboración, no confiamos en las partes sanas del yo del paciente que pueden elaborar más rápido y, lo que es más importante, aprender a seguir elaborando. Perdemos de vista, muchas veces, que la oportunidad para este paciente es hoy, ahora (Talmon, 1990). Las últimas investigaciones cuantitativas sobre psicoterapia psicoanalítica van demostrado que la incidencia de pacientes que acuden a consulta en instituciones más de quince veces seguidas es cada vez menor (Jiménez, 1995).

También nos preocupa la intensidad del proceso, a pesar de- o justamente por el trabajo focal en una frecuencia de una sesión semanal no sólo respecto al paciente sino también y en ocasiones en función del terapeuta, formado y acostumbrado a trabajar con más de una sesión por semana.


c.    ¿Cómo definir los objetivos y expectativas terapéuticas en este tipo de procesos? Contratransferencia y resistencia

Las preocupaciones por los alcances del trabajo con tiempo y objetivos limitados devienen, en ocasiones, en un sentimiento de insatisfacción. En este sentido, es de suma importancia que el terapeuta confíe en las posibilidades del trabajo terapéutico de tiempo abreviado en general, y de este diseño en particular. Es como si se necesitara un optimismo terapéutico recogido desde el paciente, quien al buscar ayuda hace un primer movimiento de acercamiento terapéutico.

Con frecuencia se observa que el terapeuta siente que tiene que “conformarse” con un modelo restringido, afirmando que “por la complejidad del paciente, el instrumento no era el apropiado”. En estos casos, decimos que se da una resistencia en el terapeuta que deviene en demanda al grupo, reapareciendo un pedido, casi diríamos un clamor, por pautas específicas y con ellas una mayor formación.

No sólo el tiempo limitado se coloca sobre el tapete. También el lugar del insight es materia de cuestionamiento, pues nos preguntamos ¿es necesario para un efecto terapéutico? o, ¿es esperable y aplicable a todo paciente que se acerca pidiendo ayuda?

Una vez más, encontramos una falta de claridad en los objetivos y las expectativas, como un “foco” a trabajar en el grupo, sin sustituir el reconocimiento de una permanente y minuciosa formación.


d.    Intervenir en función a la intensidad y a la brevedad del proceso: formas de intervención

Una pregunta frecuente y, en ocasiones urgente, se refiere a las formas de intervención. Las sesiones se asemejan, especialmente al inicio del proceso, a entrevistas semiestructuradas en las que el terapeuta plantea temas, a la manera de una historia clínica relativamente tradicional. Este encuadre no favorece la regresión, más bien, ofrece un contexto para la focalización. Las intervenciones buscan reconocer afectos (a la manera de las intervenciones afirmativas propuestas por Killingmo [1990]) y relacionar episodios o experiencias, lo que resulta en estos procesos más útil que las clásicas y profundas interpretaciones. Paulatinamente, hay que cuidar de no intervenir demasiado, pues hay historias sumamente dolorosas, cuyo relato es difícil de sostener para paciente y terapeuta.

Es muy importante definir estrategias y en función de ello, entrenarnos para distinguir e implementar intervenciones que abran y otras que cierren, incentivando funciones yoicas de discriminación e integración. Respecto a la transferencia, es valioso trabajar con los objetos “extratransferenciales” (Fiorini, 1993) a partir de los conflictos derivados, extraer de ellos y dirigir hacia ellos lo transferencial, privilegiando la realidad y el presente de la queja y, desde ella, la situación focal.

No olvidemos que frente a la premura del tiempo y la intensidad de la demanda, el instrumento y el grupo sostienen al permitir elaborar las ansiedades del terapeuta frente a la tarea. Cuando esto se logra, la creatividad puede dar lugar a innovaciones que, adecuadamente investigadas, puedan ofrecer nuevas alternativas de acercamiento y trabajo terapéutico. Nos referimos a la iniciativa[4] de solicitarle al paciente escribir su propia historia, como una autobiografía, para luego leerla y “comentarla” juntos, y a la posibilidad de que el paciente haga su historia con fotos[5], como un álbum, para luego verlo y también “comentarlo” juntos.


CONCLUSIONES

La propuesta de trabajar breve y focalmente con un diseño de 12 sesiones produce angustia y, por momentos, desazón, en el terapeuta aún cuando éste se halla motivado para entrenarse en esta forma de abordaje. Se produce una sensación de incompletad que reitera que lo breve siempre aparece requerido de tramitar.

Surgen fantasías de no haber ayudado al paciente y a partir de ello, la necesidad de sistematizar los procesos y los logros, buscando optimizar las 12 sesiones, elaborando la angustia.

Se necesita trabajar más el foco, ejercitarse en focalizar a partir de la queja (motivo de consulta manifiesto y latente), carencia y conflicto, mecanismos de defensa, condiciones de insight y vínculo, recursos del entorno y, por supuesto, la relación con el terapeuta.

Los factores enumerados permiten una formulación diagnóstica, desde la cual plantear los objetivos o plan terapéutico, pensables según cada paciente.

Como terapeutas requerimos deponer lo omnipotente y narcisista y permanecer con lo suficientemente bueno; considerar los potenciales del paciente en vez de recriminarnos por lo que no se hizo.

A pesar de que la historia clínica se ha pensando, desde un inicio, como un instrumento para calmar y facilitar la labor del terapeuta con su paciente, el terapeuta puede sentirse presionado para llevar a cabo la tarea de historiar, especialmente si viene de una formación previa para un trabajo terapéutico de largo aliento. Puede experimentar dificultad para integrar el trabajo de historiar con la labor de focalizar. Esto supone un énfasis en el ejercicio de focalización como aspecto central de esta forma de abordaje.

La experiencia del historiar nos dice que la historia aunque sea muy conmovedora no anula los recursos yoicos del paciente y puede ser un peligro quedarnos entrampados en el dolor. Tenemos dificultad en ver al paciente de un modo más integrado reconociendo e instrumentalizando sus áreas preservadas.

Como supervisores, se constata la necesidad de transmitir instrumentos, reconocer la demanda del terapeuta pues se trata de experiencias nuevas con un grupo de contención de pares.
El grupo es fundamental. Hay un lado humano, la espontaneidad del grupo que sostiene y rescata sin dejar de reflexionar y cuestionar y ello es invalorable, esencial para la motivación y pertenencia de sus miembros.

La resistencia al trabajo abreviado, la necesidad de evaluar al paciente integralmente, la dificultad para focalizar dentro del historiar, la dificultad para implementar formas de intervención, así como la importancia del sostén que ofrece el grupo son constantes respecto a la experiencia anterior.
Consideramos, nuevamente, que esta forma de abordaje puede ser una alternativa de trabajo clínico en respuesta a las demandas sociales actuales, en las que muchas personas, en diversas condiciones, consultan y no siempre están en posibilidad y disposición para un trabajo de tiempo y objetivos abiertos.


BIBLIOGRAFÍA

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Killingmo, Bjørn: Conflicto y déficit: implicancias para la técnica, en “Libro Anual de Psicoanálisis 1989”, Ed. Psicoanalíticas Imago, Lima, 1990.
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Winnicott, D. W.: La consulta terapéutica, en “Realidad y Juego”, Ed. Gedisa, Bs. As., 1982.


[1] Spilka y Knobel, 1968, citado por Knobel, 1987, p. 126.
[2] “La historia-construcción crea el espacio de movilidad creativa para armar una temporalidad distinta que resignifique de alguna manera cada uno de los acontecimientos. Todos sabemos que cuando no hay vivencia de tempo, estamos cerca de la pulsión de muerte, de la compulsión repetitiva, de “Lo siniestro”. (Cohen Levis de Aconcia, Noemí, [1994], p.40.)
[3] Al respecto traemos el testimonio de una de las terapeutas que participó en la experiencia y que sintetiza mucho de lo que estamos diciendo aquí:
“Foco e historia. Grupo y discusión. Cuatro pilares de soporte en el consultorio y en el pensar la tarea. A ello agregábamos un encuadre con tiempo y objetivos limitados.
A la luz de ellos, las demandas de atención empezaban a tomar una forma más aprehensible, más acorde con las posibilidades y necesidades del paciente.
Entendí que historia sin foco lleva a la catarsis más no a la comprensión y menos aún a la resolución.
Cuatro años en ello me demuestran que técnicamente las ventajas son mayores, pero también que los mayores riesgos vienen por parte de las angustias de los terapeutas.
El tema de la focalización es central. Notamos que ésta se constituye en objeto de resistencia no sólo para el paciente sino también para el terapeuta”.
[4] Iniciativa de Amelia Casas
[5] Iniciativa de María Pía Tomatis
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