viernes, 30 de septiembre de 2005

No hay tal cosa como una finalización

Daniel Dreifuss[1] y
Olinda Serrano de Dreifuss[2]


Aspectos Generales

Vamos a confesarles que si bien hace mucho tiempo que pensamos en lo que queríamos traerles hoy, en algún momento nos hemos preguntado si estábamos experimentando resistencias para aproximarnos al tema, por lo demás de tanta amplitud y riqueza intelectual y vivencial (por el tiempo que nos ha tomado ejecutarlo y cómo es que, en el ínterin, han estado surgiendo una serie de actividades que siempre han aparecido como “previas”.) También teníamos la impresión de que íbamos a comentarles cosas no necesariamente novedosas, tal como Winnicott lo expresa en un trabajo de 1965:

“Con frecuencia lo que yo descubría ya había sido descubierto, y hasta mejor enunciado… lo cual no me ha disuadido de continuar escribiendo (y de leer ante algún público, cuando dicho público existe) la última criatura de mi cerebro… Trataré de enunciar esto, aunque termine comprobando que sólo estoy enunciando algo que es (psicoanalíticamente) obvio.[3]

Empecemos con algunas precisiones. Finalizar es terminar, acabar, despedir, agotar. ¿Pero de qué finalización se trata? De una tarea, una función, una época… o de la vida misma. Alguien decía que una persona muere “realmente” cuando ya no es recordado ni mencionado por otros. En este sentido, resulta entonces relevante que sea tradición psicoanalítica hacer obituarios: por ejemplo, S. Freud hizo notas necrológicas para sus colegas y discípulos más queridos. Es así como podemos leer sentidas palabras para Charcot en 1983, James J. Putnam en 1919, Victor Tausk en 1919, Josef Breuer en 1925, un obituario muy conmovedor por la muerte de Karl Abraham en 1926, y una significativa nota a Sándor Ferenczi en 1933, en cuyo primer párrafo Freud relata un famoso cuento árabe cuando constata que está sobreviviendo a sus amigos y discípulos:

Hemos hecho la experiencia de que desear es barato, Y por eso nos obsequiamos con largueza unos a otros los más cálidos y mejores deseos, entre los que descuella el de una larga vida. La doble valencia de este deseo, precisamente, es puesta en descubierto en una famosa anécdota oriental. El Sultán llamó a dos sabios para que le dijeran su horóscopo. «Te tengo por dichoso, señor -dijo uno-; en las estrellas está escrito que verás morir a todos tus parientes antes que tú». Este vidente fue ajusticiado. «Te tengo por dichoso -dijo también el otro-, pues leo en las estrellas que sobrevivirás a todos tus parientes». A este le dieron una rica recompensa; los dos habían expresado el mismo cumplimiento de deseo.[4]

Los duelos, se refieren a pérdidas de alguna forma irrecuperables. Siguiendo a Smud y Bernasconi (2000), “…cuando desaparece un objeto que uno ama, muere un pedazo nuestro con él y también algo que es muy importante para la existencia humana, alguien que nos amaba. Cuando uno es amado, ratifica su existencia”[5] Los duelos aluden también, en otro sentido, a cambios propios del desarrollo, donde lo que se deja no corresponde a una pérdida, sino a una experiencia que enriquece el presente y direcciona al futuro. La creación trasciende la finitud, va más allá de su creador. Le da sentido a la vida. El duelo melancólico, a diferencia del duelo elaborativo, encuentra dificultad en acceder a una posición reparativa y creativa.

Así, en las revistas actuales de psicoanálisis generalmente hay una sección para obituarios. En ellos se muestra los dos aspectos de la finalización, la pérdida propiamente dicha y la permanencia y vitalidad que trasciende, que es lo que queremos enfatizar, tal como Winnicott dijo a la muerte de Jones: “Estamos aquí para rendir tributo a un hombre de excepcional calibre al final de su larga vida.”[6] Y finalmente termina diciendo: “Ernest Jones continúa en el corazón[7] de quienes lo conocimos. Ernest Jones seguirá siendo importante para todos aquellos que, en las futuras generaciones serán los directos beneficiarios de la postura que adoptó con respecto al postulado de Freud según el cual la naturaleza humana –toda ella, sin excepción– puede ser estudiada científicamente.”[8]

El ser humano es concretamente finito y, a la vez, trascendente a través de sus diversas manifestaciones productivas y creativas. Una tarea narcisística es la tolerancia a la finitud, asumida no sólo con estoicismo sino como otra etapa de la vida (VER Kohut), con posibilidades de nuevas formas de expresión creativa. Rivière y Dexeus (1987) en un interesante trabajo sobre la vejez afirman: ”Es hora de que nos percatemos de que la vejez, bien llevada, sin histrionismos que pretendan hacer del viejo un joven disfrazado, es una natural evolución del ser humano, en la que existen múltiples posibilidades, gratificaciones y realizaciones de la personalidad.”[9]

Adolescencia
Esta doble significación de la finalización o de la pérdida nos lleva a pensar en la adolescencia -tal vez también rememorando el tiempo en que juntos estudiamos este tema-, puesto que ella ejemplifica estos dos aspectos del duelo: la pérdida y el cambio creativo. A partir de esto hay autores que cuestionan el énfasis en la pérdida y el duelo en esta etapa o estado de la vida. Concordamos con Rodolfo Urribarri (1998) cuando señala que “…se hipertrofió el valor de dichos duelos y ocupó el lugar central en las formulaciones teóricas y clínicas en cuanto a la problemática adolescente, al punto que se lo señalaba casi como un axioma o postulado que se daba por sentado y desde el cual se partía… se enfatiza lo que se deja y se lo significa como pérdida. El adolescente no pierde sino que cambia, se transforma. Si bien le cuesta dejar lo conocido (infantil), desea fervientemente lo nuevo y puja[10] por lograrlo y ejercitarlo, tanto o más que lo que se apena por alejarse de su pasado que sobredimensiona e idealiza a partir de las dificultades y angustias que le apareja lo nuevo. Es decir que lo infantil se modifica, complejiza y organiza bajo una nueva forma o, en otras palabras, se produce una transmutación, la que, de alguna manera, incluye lo anterior.”[11] Continúa el autor: “…el niño normalmente anhela desde pequeño ocupar el lugar del adulto, al que atribuye todos los privilegios y goces; por eso busca el progreso en los diferentes niveles, y en la adolescencia el acceso a la genitalidad y a la independencia de los padres lo fascina y resarce de cualquier posible pérdida.”[12]

Pasar a la adultez significa reconocer la finitud, la realidad, las responsabilidades; es salir de esa maravillosa -y a veces peligrosa- omnipotencia adolescencial y arribar a una situación distinta, nueva, algo no imaginado ni por el propio adolescente (mucho menos por sus padres), que en condiciones adecuadas conjuga armónicamente sus propios deseos con lo que la realidad puede ofrecer…

Por otro lado, ¿por qué decimos o sentimos los adultos que la adolescencia se prolonga “excesivamente”? ¿Hasta qué punto no somos los adultos los responsables de dicho exceso? En realidad, nuestra dificultad para asumir el envejecimiento puede propiciar que prolonguemos la infancia y adolescencia de nuestra prole. (Análogamente, esto puede dar cuenta de procesos terapéuticos prolongados y de dificultades técnicas para la terminación en un afán de retener al paciente, impidiéndole su partida.)

Promoción y Tutoría
La formación como psicoterapeutas, en nuestra Escuela, empieza y termina formalmente en una fecha determinada. Sin embargo, hablamos de una “formación continua” que, a la manera de “Análisis terminable e interminable”[13], tiene aspectos y tiempos incesantes (que no cesan). En lo concerniente a la formación continua, Winnicott relata, luego de elogiar sus cualidades intelectuales y personales, que Susan Isaacs, por ejemplo, hizo dos veces el curso completo como alumna, a partir de sentir que no había incorporado suficientemente algunos conceptos kleinianos.[14]

Ya que la formación no es sólo un ejercicio intelectual de adquisición de información, sino un proceso interno y, en alguna medida, transformador, se torna en un modo de ser y de ver el mundo. La sospecha freudiana adecuadamente interiorizada nos acompañará felizmente, a partir de entonces, en adelante.

Así planteada, esta experiencia es sumamente enriquecedora tanto para los formandos como para los formadores, vale decir, para los profesores, supervisores y psicoterapeutas en función didacta. La tutoría se constituye en un espacio privilegiado de sostenimiento y acompañamiento de esta experiencia grupal, en la que el afecto y el interjuego de emergentes dinámicos devienen en protagónicos. La función de la tutoría podría parecerse a la manera en que Winnicott describió la labor de Jones: “Los candidatos dispuestos a someterse al análisis y realizar su formación como aprendices encontraron en Jones a un maestro aplicado, dispuesto a comprender sus angustias y a brindarles asesoramiento y consejos prácticos.”[15]

Si bien hay una finalización concreta del período de clases, la institución ofrece oportunidades para que sus exalumnos se mantengan integrados a ella. Los grupos de supervisión de Proyección Social facilitan una activa participación, y los eventos, jornadas y congresos como éste, se constituyen no sólo en reuniones de carácter teórico-clínico, sino en oportunidades de reencuentro. Las efemérides, como cuando cumplimos 20 años de vida institucional, representan también momentos de recuperación del pasado. Recordar es re-vivir como experiencia, diferente del revivir de la compulsión a la repetición. Por ejemplo, ver películas, fotografías propias y de la familia, mirarnos físicamente diferentes, pero reconocernos en nuestra mismidad; las conmemoraciones o efemérides elaborativas nos permiten tramitar nuestra historia. Cuando viajamos, por ejemplo, decimos que viajamos tres veces o que viajamos en tres tiempos: al planear el viaje, mientras se realiza y al recordarlo y narrar las anécdotas en él vividas. Historia en tres tiempos o en innumerables tiempos, en un calidoscopio de experiencias, ante las cuales el trauma pierde su condición, en tanto se recuerda, se torna pensable y verbalizable.

La finalización requiere ser entendida como un fenómeno intersubjetivo, tal como lo plantea recientemente J. Coderch, “…podemos decir que ahora somos más modestos en nuestras ilusiones terapéuticas… nos es más beneficioso el reconocimiento de la limitación de nuestros poderes curativos, ya que tal vez desde esta perspectiva es válido decir que incluso podemos ser más ambiciosos. Al saber que nunca nos es posible ser totalmente objetivos, estamos en mejores condiciones para percatarnos de la manera en que nuestra subjetividad está impactando continuamente en los procesos mentales de nuestros analizados y, por tanto, podemos comprender mejor el desarrollo de su transferencia como algo en lo que nosotros participamos y creamos conjuntamente.”[16] La concepción actual de un psicoanálisis relacional o de una psicología bi-personal nos compromete cada vez más a sentirnos co-partícipes del proceso terapéutico y, por ende, intensamente responsables de nuestra participación y responsabilidad, en tanto seres humanos reales. Se sostiene que “la transferencia es co-creada y el analista interviene decisivamente con todos los rasgos de su personalidad y de su técnica, en su desarrollo y evolución. Lo propio ocurre con la contratransferencia en la que se combinan la personalidad del analista y el influjo que el paciente ejerce sobre él”.[17] Que algo se inicie, se desarrolle y termine o no, en la forma y la medida que se dé, depende de ambos participantes: madre-bebé, paciente-terapeuta, formando-formadores.

“¿Qué es el fin del análisis, finalmente, una despedida? No es una despedida cualquiera, es un tiempo donde se renuevan viejas problemáticas y también nuevas, en especial en relación con la separación y la pérdida. En cualquier sentido es una despedida que gira en torno a la problemática del amor y del odio, de la ilusión-desilusión. (En algunos casos gira alrededor de sentimientos de engaño o de malentendidos que surgen desde las fantasías que trae el paciente acerca de lo que es “curarse”.)”[18]

Volviendo al título, es decir “al inicio”, en una concepción y realidad intersubjetivas, no hay sujetos y objetos, hay sujetos y sujetos. Unos y otros comprometidos en vivencias, tareas y empresas conjuntas, algunas se concluyen en parte y otras se continúan por caminos insospechados y sorpresivos. Así como Winnicott decía: “No hay tal cosa como un bebé”[19] (VER), es decir, no hay tal cosa como un bebé solo, sin su madre o un ambiente en lo posible facilitante. Esto nos lleva a pensar que difícilmente algo finaliza en un sentido definitivo, pues el inconsciente temporal lo atesora y lo expresa en múltiples manifestaciones. Aun el trauma se repite sucesivamente clamando elaboración que le permita ser, en alguna medida, descatectizado, ubicado y reordenado. Como se dice en física, la energía no se destruye, se transforma. Así también, en muchos sentidos, la finalización no es un terminar ni concluir -ya lo decíamos incluso respecto a la muerte-, sino un cambio de estado y condición. Tal vez, entonces, “no hay tal cosa como una finalización”.

“Y entonces, un hombre y una mujer tomados de la mano y con lágrimas en los ojos, se acercaron y le dijeron: Háblanos del Adiós.
Y él, mirándolos con ternura infinita, respondió:
Así como no os encontráis cuando se encuentran vuestras manos o se mezclan nuestras voces,
Sino cuando vuestros corazones se unen y vuestros espíritus se hablan.
Así, no os separáis cuando partís materialmente o cuando vuestras miradas se buscan sin lograr hallarse o cuando vuestras manos no pueden darse mutuamente calor,
Sino cuando un muro se levanta entre vuestros corazones y cuando vuestros espíritus no hablan ya más la misma lengua.
El pájaro besa suavemente la flor por un momento y, luego, se confunde con el cielo,
Y, sin embargo, ha dejado en los pétalos el corazón del fruto del mañana;
El río toca las raíces de la planta que en él se refleja y sigue su curso.
Y, sin embargo, su agua quedará en el árbol y se hará calor y perfume en sus flores.
Así, si os habéis encontrado de verdad, si vuestras almas se han fundido como el agua y el árbol,
El espacio y el tiempo no pueden separaros, porque lo mejor del uno florecerá en el otro a través de las primaveras.
Y el agua del río, hecha savia en el árbol, se elevará con él en un cántico de gracias hacia el cielo.
Y cuando, en un futuro próximo o lejano, las manos del Destino os pongan de nuevo frente a frente,
No diréis: “Te perdí y vuelvo a encontrarte”.
Sino: “Fuiste un sueño que vivió en mí para convertirse en realidad”.
Y, si habéis vivido, a pesar de la distancia y el tiempo, unidos el uno al otro,
Vuestro reencuentro no será el del viajero que vuelve a su ciudad y la encuentra cambiada,
Sino como el de aquél que besó los capullos de su jardín un atardecer, soñó con ellos durante la noche y, al despertar, los vio, con gozo, convertidos en flores;
O como el del que cerró un momento los ojos velados por las lágrimas y, al volver a abrirlos, halló al ser amado más bello, más puro y más suyo.
En verdad os digo que el adiós no existe:
Si se pronuncia entre dos que fueron uno, es una palabra sin sentido.
Porque, en el mundo real del espíritu, sólo hay encuentros y nunca despedidas,
Y porque el recuerdo del ser amado crece en el alma con la distancia como el eco en las montañas del crepúsculo.”[20]

Bibliografía
Bolognini, S.: La empatía psicoanalítica, Ed. Lumen, Bs. As., 2004.
Coderch, J.: La relación paciente terapeuta, Ed. Paidós, Barcelona, 2001.
Freud, S.: Charcot [1893], en “Sigmund Freud: Obras Completas”, Ed. Amorrortu, Bs. As., 1979, t. III.
Freud, S.: Escritos breves. James J. Putnam [1919], en “Sigmund Freud: Obras Completas”, Ed. Amorrortu, Bs. As., 1979, t. XVII.
Freud, S.: Escritos breves. Victor Tausk [1919], en “Sigmund Freud: Obras Completas”, Ed. Amorrortu, Bs. As., 1979, t. XVII.
Freud, S.: Escritos breves. Josef Breuer [1925], en “Sigmund Freud: Obras Completas”, Ed. Amorrortu, Bs. As., 1979, t. XIX.
Freud, S.: Escritos breves. Karl Abraham [1926], en “Sigmund Freud: Obras Completas”, Ed. Amorrortu, Bs. As., 1979, t. XX.
Freud, S.: Escritos breves. Sándor Ferenczi [1933], en “Sigmund Freud: Obras Completas”, Ed. Amorrortu, Bs. As., 1979, t. XXII.
Gibran, K: El profeta, PLV Editor, Lima, 1971.
Rivière, M. y Dexeus, S.: Vivir la madurez con optimismo. La apasionante aventura de envejecer, Círculo de Lectores, Barcelona, 1987.
Smud, M. H. y Bernasconi, E. J.: Sobre duelos, enlutados y duelistas. Un ensayo psicoanalítico, Ed. Lumen, Bs. As., 2000.
Urribarri, R.: Sobre adolescencia, duelo y a posteriori, en Goijman, L. y Kancyper, L. (comp.) “Clínica psicoanalítica de niños y adolescentes”, Ed. Lumen, Bs. As., 1998.
Winnicott, D. W.: Susan Isaacs: Nota necrológica [1948], en Winnicott, C., Shepherd, R. y Davis, M. (comp.) “Exploraciones psicoanalíticas II”, Ed. Paidós, Bs. As., 1993.
Winnicott, D. W.: Alocución fúnebre [1958], en Winnicott, C., Shepherd, R. y Davis, M. (comp.) “Exploraciones psicoanalíticas II”, Ed. Paidós, Bs. As., 1993.
Winnicott, D. W.: La psicología de la locura [1965], en Winnicott, C., Shepherd, R. y Davis, M. (comp.) “Exploraciones psicoanalíticas I”, Ed. Paidós, Bs. As., 1993.

[1] Psicólogo, Psicoterapeuta Psicoanalítico, Magíster en Salud Mental, Ciencias Humanas y Sociales, Director de la Escuela del CPPL. dyodreifuss@terra.com.pe
[2] Psicóloga, Psicoterapeuta Psicoanalítica, Magíster en Salud Mental, Ciencias Humanas y Sociales, Supervisora del Grupo Corpus. dyodreifuss@terra.com.pe
[3] Winnicott, D., La psicología de la locura: Una contribución psicoanalítica, en “Exploraciones Psicoanalíticas I”, p. 148.
[4] Freud, S., Sandor Ferenczi (1933), O. C., t. XXII, p. 226.
[5] Smud, M. y Bernasconi, E., (2000), p. 65.
[6] Winnicott, D. W., Alocución fúnebre (1958), en “Exploraciones Psicoanalíticas II”, p. 139.
[7] Las bastardillas nos pertenecen.
[8] Winnicott, D. W., op. cit. p. 142
[9] Rivière, M. y Dexeus, S., (1987), p. 26.
[10] Nótese el término que se asocia al trabajo de parto.
[11] Urribarri, R., Sobre adolescencia, duelo y a posteriori, en Goijman, L. y Kancyper, L. “Clínica psicoanalítica de niños y adolescentes”, pp. 251-253.
[12] Urribarri, R., op. cit., p. 254.
[13] Freud, S., (1937).
[14] D. Winnicott, Exploraciones psicoanalíticas t. II, p. 117
[15] D. Winnicott , Exploraciones psicoanalíticas II, p.131
[16] Coderch, J., (2001), p. 85.
[17] Coderch, J., op. cit., p. 131.
[18] Coderch, J., op. cit., pp. 73-74.
[19] Winnicott, D. W., “La teoría de la relación entre progenitores-infante”
[20] Gibran, K., (1971), pp. 117-119.



XI CONGRESO DEL CPPL: “La Finalización”
23, 24 y 25 de setiembre de 2005

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